Parece que hoy, gracias al desarrollo tecnológico, el ser humano está de manera permanente comunicado. También para el intercambio de ideas y conocimientos culturales. Y desde esa posición se tiende a pensar que quienes estuvieron antes no pudieron alcanzar las cotas actuales de expresión, creación y transmisión. Se olvida, por supuesto, que toda manifestación artística fue contemporánea en su momento, fue vanguardia. Pero si esa mirada se lanza a la Prehistoria, por desgracia, en el común de los mortales aparece el desinterés. Es el mal de creerse el ombligo del tiempo. Por ejemplo, ¿cómo iban a realizar personas de hace 16.000 años pinturas y grabados con seis fases de ejecución, realizando estudios del espacio donde llevar a cabo sus obras y generando volúmenes en ellas? ¿Cómo iban a dar paso a corrientes artísticas cuyas características recorriesen puntos entre Asturias y el departamento francés de la Dordoña? Las respuestas tienen mucho que ver con la Facultad de Letras del Campus de Álava de la Universidad del País Vasco.
Hace algo más de dos décadas, por aquellas cosas del destino y de la construcción de una carretera, en el asturiano desfiladero de Las Estazadas se descubrió la cueva de La Covaciella, que contiene en su interior un conjunto de pinturas y grabados del Paleolítico superior cuya calidad, disposición y conservación le otorgan una gran importancia. Declarada en 2008 Patrimonio Mundial por la UNESCO, este reconocimiento ha implicado, entre otras cuestiones, la realización de un estudio monográfico sobre el arte rupestre que guarda en su interior, un libro que, de la mano del Gobierno del Principado, acaba de ver la luz.
Para hacer realidad esta publicación ha sido necesaria la implicación de ocho entidades diferentes y 18 personas, una labor de dos años que ha sido coordinada desde el grupo de investigación de Prehistoria de la UPV, que dentro de sus líneas de actuación cuenta con una dedicada al origen y desarrollo del arte.
En el marco de este proceso, se ha comprobado cómo determinadas figuras, sobre todo bisontes, que se encuentran en La Covaciella, aparecen, “con un altísimo grado de similitud gráfica”, en otras cuevas tanto de la zona cantábrica como de los Pirineos y de tierras francesas, como describe el profesor, experto y coordinador del monográfico Marcos García Díez, cuya labor docente se desarrolla en la capital alavesa.
“Si utilizamos un método basado en los conceptos clásicos de la Historia del Arte, podemos pensar que esas coincidencias obedecen a que las obras sean del mismo autor, que sean del mismo taller o, en un concepto más amplio, de una misma escuela, es decir, que diferentes personas que han tenido distintos contactos, sea en un grado o en otro, comparten una misma forma de hacer las cosas, de pintar y grabar, habiendo detrás de eso unas mismas maneras de interpretación, de simbolismo”, describe García Díez, al tiempo que apunta, por tanto, que “estamos hablando de que hace 15.000 o 16.000 años existiría una corriente artística que pintaba o grababa de una manera muy similar, tanto en cuanto a recursos técnicos como en el tratamiento formal y estilístico de las figuras”, es decir que “había una forma de pensar, una manera de entender el mundo” en un espacio que abarca unos 600 kilómetros.
Es evidente, por tanto, que existían relaciones culturales a distancia, aunque no viajaban solo las ideas, también las personas como demuestra el hecho de encontrar, por ejemplo, herramientas de silex en yacimientos de Asturias que son de formaciones geológicas del País Vasco.
Volviendo a las obras de arte rupestre, y poniendo la mirada sobre todo en la realización de los bisontes, éstas “se caracterizan por un grado de naturalismo muy alto; están ejecutadas con una complejidad técnica bastante alta, que es algo que vincula a una gran parte de estos conjuntos, donde se han preparado las superficies, se ha querido dar determinado sentido volumétrico...”.
Todo ello llevado a cabo por “nuestros primeros yo biológicos, por decirlo así. Quienes pintaron el arte rupestre, hablando en general, fueron los primeros humanos anatómicamente modernos. Eso implica que, desde el punto de vista cerebral, tenían una capacidad exactamente igual que la nuestra”. “A nivel cultural puede que nos diferencien muchas cosas pero, en el fondo, somos también lo mismo (...) La base cultural y biológica son exactamente iguales que las nuestras”, apunta con una sonrisa García Díez.
De todas formas, tanto el monográfico editado ahora sobre La Covaciella como los conocimientos y explicaciones del profesor van más allá de estas líneas. Es mejor no cometer el error de pensar que miles de años y una investigación como ésta se pueden constreñir sin más.