Ganador ¿incontestable? del Oscar al mejor documental del año pasado, Citizenfour reitera una verdad a gritos: cada vez el ciudadano es más transparente para el sistema. Google, Amazon, los e-mail y el reguero de consultas que cada usuario hace a través de su ordenador personal arroja pistas, desnuda almas y airea miserias para quien sepa y quiera bucear en sus entrañas. En manos adiestradas, en voluntades perversas, el derecho a la privacidad se diluye en la nada. Dicho de otro modo: el gran hermano ya reina gracias a IBM y Apple y por culpa del ignominioso uso que las agencias de seguridad hacen del progreso y sus herramientas.

Hace un par de años, Edward Snowden, un consultor tecnológico de la CIA y de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) denunció en The Guardian y The Washington Post que la intimidad personal, la privacidad, corre un grave peligro a causa del llamado PRISM (programa de vigilancia). Sus informaciones, sacadas gracias a su trabajo para la NSA, fueron una bomba que durante semanas acaparó debates y protagonizó portadas y aperturas de informativos. Snowden pasó a ser declarado enemigo público para EEUU, su cabeza puesta a precio. ¿su refugio? Una incógnita llena de conjeturas y cábalas.

Laura Poitras, autora de My Country, my country y The Oath, una reconocida documentalista estadounidense, recibió la posibilidad de levantar un testimonio de primera mano sobre el caso Snowden y sus confidencias. Sabedora de que se le ofrecía un diamante en bruto, Poitras optó por no retocarlo para evitar dañar sus aristas. La simple constatación del caso Snowden ya merece la pena. Pero sin discutirle a Poitras su decisión, la sensación final que acaba imponiéndose, más allá de la valía de la denuncia que Snowden hace, se reduce a un exceso de palabras reiterativas. Al final de Citizenfour se impone la necesidad de responder al fundamento de todo documental: documentar con rigor, interés y exhaustividad el tema que trata.