prohibido tocar. O quizás fuera: Se ruega no tocar. Advertencias con las que, con toda probabilidad, habrá topado en alguna de sus visitas a un museo y de las que se desmarca el Tocar para ver mejor que proponen los vizcainos Estudios Durero, artífices de toda una revolución en el mundo del arte con su proyecto de inclusión llamado Didú. Hace unos tres años que el museo de Bellas Artes de Bilbao puso en marcha, junto a ellos, la pionera actividad Arte para tocar en la que se exponen cinco reproducciones en relieve de cuadros de su colección permanente, unas pinturas expresamente diseñadas para ser descubiertas a través del tacto. Tras el éxito cosechado por la iniciativa, el pasado mes de enero el museo del Prado también se sumó al Se ruega tocar, con otras seis reproducciones de obras maestras firmadas, entre otros, por Velázquez, Goya, Leonardo Da Vinci o El Greco. Una novedosa apuesta de la que se han hecho eco estos días medios internacionales como The New York Times, el diario Washington Post, la revista Time, Daily Mail o CBS news.

“A través de Twitter y de otras redes sociales la noticia ha llegado hasta Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Australia, Rusia, Italia, Reino Unido... está siendo increíble”, apunta Cristina Velasco, responsable del proyecto, para quien la importancia no radica solamente en “la gran difusión que está teniendo”, sino también en “todos los comentarios positivos que nos llegan diciendo que es una revolución en la accesibilidad y que está sirviendo para romper muchas barreras”.

Y es que Didú, que cuenta con cerca de un lustro de andadura a sus espaldas, abre una puerta a las personas ciegas para disfrutar del arte a través de sus manos, una idea que esta empresa vizcaina comenzó a desarrollar con motivo de un encargo realizado por el fotógrafo Juan Torre. “Cuando nos pidió unas impresiones de fotografías suyas nos dimos cuenta de que él, que ha perdido casi toda la visión, lo que hacía con ellas sobre todo era tocarlas; ese fue el germen de todo”, rememora Velasco, quien trabaja codo con codo en un equipo integrado por ocho personas y del que forman parte el propio Torre y Ander Soriano, la otra alma máter de Didú.

pARA TODOS Pensado de manera más especial para personas con dificultades visuales, Velasco subraya que “cualquiera” puede beneficiarse de las amplias posibilidades que ofrece este proyecto: “pueden disfrutar de él personas con espectro autista o con cualquier tipo de discapacidad cognitiva, niños a los que permite ofrecer una manera más atractiva de visitar un museo, o el público general que desee acercarse de una manera diferente al arte”. Una mirada que pretende ser “lo más fiel posible” a la obra original y en la que la elección de los cuadros, el proceso de estudio artístico y pedagógico previo a su producción y el color juegan un papel fundamental. “Para nosotros el color era algo muy importante porque una gran parte de la población con discapacidad visual no es ciega total, es decir, tiene un resto visual, y el color les permite obtener información extra para interpretar el cuadro que están tocando”, explica la responsable, al tiempo que señala que también buscaban que fuera atractivo para el público en general. “Vimos que teníamos a nuestro servicio una tecnología a la que podíamos darle una vuelta para conseguir algo, romper barreras”.