La imagen es sencilla de describir, aunque sea para relatar una vivencia única. En ningún caso superando las cien personas. Más bien, cerca de 80. El punto de encuentro, un pabellón industrial de la calle Oreitiasolo que desde hace tres años tiene por objetivo diario ser el estudio de creación del pintor y escultor Mikkel Eguskiza, pero que de vez en cuando se convierte en territorio para los sonidos. Junto a esos espectadores, intérpretes de diferentes procedencias y estilos. Eso sí, la palabra concierto no se amolda del todo a lo que sucede en ese momento. Así transcurre Música en el Pabellón.
“Hay un alejamiento de la realidad artística por parte de la sociedad; además, los medios de comunicación de masas han vulgarizado una emoción artística que yo considero que es real e intensa. No hay posibilidad de acceder a esa vivencia en la percepción de una obra de arte y por eso persigo que las personas adviertan que la música es una experiencia real, intensa, necesaria”, apunta el creador de Deusto, afincado en la capital alavesa desde hace más de dos décadas. A ese objetivo, se añade el hecho de que “tal y como está la actividad cultural por parte de casi todos los estamentos, e incluyo a los artistas, estamos favoreciendo que se produzca una intoxicación, una depreciación de la propia realidad artística en la vida social, y ante eso, digo que quiero ejercer mi derecho a la iniciativa. Organizo, con mis medios, una actividad porque me parece fundamental que se pueda producir arte en vivo, de cerca y de una manera totalmente privada, sin ninguna intermediación”.
A esos fundamentos obedece un ciclo por el que han pasado instrumentistas como el guitarrista Joaquín Chacón, el saxofonista Bob Sands, el batería Guillermo McGill, el bajista Arturo Valero... Y una serie de nombres bien conocidos pero que no deben ser contados. Cosas de managers, festivales, contratos... La iniciativa incluso ha sido el marco para la grabación de un disco por parte del pianista, e hijo del artista, Juan Sebastián Vázquez, un Lluvia de mayo que a finales del año pasado fue designado como el mejor trabajo de jazz en el País Vasco por parte del certamen BBK Jazz.
“Quiero que la gente se vaya de aquí con una experiencia, no con un espectáculo, no con un entretenimiento. De repente, ha pasado algo que tiene cierto poder mágico, que te cambia el estado interior, el estado emocional. Es la emoción contra el entretenimiento. La realidad de un hecho artístico contra la virtualidad de un hecho consumido por un medio de comunicación. Es vida”, recalca Eguskiza.
Todo comenzó en 2012. El pintor estaba buscando un nuevo taller más grande y un amigo le ofreció visitar alguno de sus pabellones. Eguskiza no pasó del primero. “Él me eligió a mí”, dice con una sonrisa. El día de su cumpleaños, junto a su familia, “jugando con la música” descubrió que allí “había una reverberación especial”. Poco después se produjo el primer concierto, coincidiendo con la celebración del Festival de Jazz de la capital alavesa, y, desde entonces, se organizan entre tres y cinco actuaciones cada año. Él ya conocía iniciativas de esta naturaleza en otros lugares y como la música “forma parte de mi formación estética y de mi ocupación artística” (sin olvidar los contactos realizados a través de su hijo), todo se conjugó para ver nacer esta propuesta artística.
El acceso a cada cita es restringido y se realiza mediante invitación. No hay precio de entrada y es el pintor el que corre con los gastos. “Hay personas que deciden hacer una donación a la salida de cada concierto, pero es algo voluntario”, dinero que suele servir para cubrir las facturas generadas por la estancia de los intérpretes. “Esto no es un espectáculo, ni un negocio”, sino que el valor reside en la posibilidad de que asistentes y protagonistas vivan “una experiencia en estado puro”, de que, como sucedió en uno de estos encuentros, “un saxofonista norteamericano extraordinario esté haciendo un solo de diez minutos ante un silencio admirado y concretado que sólo se rompe en aplausos 15 ó 20 segundos después”.
De todas, el ciclo ha salido en una ocasión del taller del artista. Eso sí, no para irse muy lejos. De hecho, se quedó en la misma manzana. “Tengo un vecindario excepcional que en todo momento se ha interesado, a pesar de la diferencia de actividad profesional, en mi presencia aquí. Hay un mutuo apoyo entre nosotros y se ha creado un ecosistema de trabajo y relación social”. Por eso, los responsables de Instalaciones Boro le pidieron al pintor organizar una actuación, algo que terminó concretándose con la presencia de Mikel Urdangarin. Y tan bien fue la experiencia que para este mismo año ya se está preparando otro concierto con otro “potente” cantautor vasco. No es la única propuesta que se está ultimando para los próximos meses, esta vez de nuevo en el estudio de Eguskiza.