cada vez que salen resultados de audiencias, las televisiones se jalean con piropos y muestras de autosatisfacción por ser los primeros, por ser los más guapos, por ser algo en el negocio de la tele. Cierto que solamente una cadena puede ser la primera, la mejor, la más bella del baile y últimamente son los de Medisaet quienes se llevan el gato al agua y baten récords de dominio en audiencias. Es menos habitual que una emisora de tele se vanaglorie de ser la segunda o la tercera del ranking; y esto es lo que está ocurriendo con La Sexta, cadena absorbida por Antena 3, que vive momentos de adaptación a la nueva situación de poder tras la muerte del gran capitán de empresa, José Manuel Lara y la recogida del testigo supremo por José Creuheras, un abogado con la confianza de los herederos de los cuatro hijos del patriarca y que se supone situación transitoria, a la espera de que encajen perfiles, ambiciones y estilos. En La Sexta se alegran, se aplauden, se enorgullecen de ser la tercera cadena privada del ranking y no es mérito menor, el caminar tras los pasos de Tele 5 y Atresmedia, con una creciente presencia en la audiencia y con programas muy significados como Salvados, El intermedio, Arde la tarde o El objetivo. Una cadena que presenta excelente elenco de conductores, como Ferreras, Blanco, Wyoming, Buenafuente, Mendizabal o Jordi Évole. Una cadena crítica con el gobierno y los estamentos de poder, como la banca o la iglesia y que en periodos electorales se verá sometida a fuertes presiones para que baje el pistón de la libertad de expresión que tanto molesta a las élites dirigentes, pero que es consubstancial con una sociedad moderna y dinámica. Un ejemplo de tele casi alternativa a los modos tradicionales de programar que tienen las teles convencionales o generalistas. Lo dicho, que La Sexta se jalea por sus éxitos menores, pero éxitos al fin y al cabo.
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