Niki de Saint Phalle (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1930- San Diego, 2002) es una de las creadoras más relevantes del siglo XX, conocida sobre todo por sus alegres y poderosas Nanas. Pero, en realidad, fue una artista total, con un fuerte compromiso político y guiada por un feminismo avanzado a su tiempo, como demuestra la gran retrospectiva que le dedica el Guggenheim Bilbao hasta el 11 de junio.
Organizada por el Museo bilbaíno y la Réunion des Musées Nationaux-Grand Palais de París, con la participación de la Niki Charitable Art Foundation, la exposición ofrece una visión profundamente nueva sobre la artista a través de más de 200 obras y documentos de archivo, muchos de ellos inéditos, en los que la violencia, radicalidad y compromiso social de su obra conviven con el enfoque alegre y colorista de algunas de sus piezas más emblemáticas. Esta fascinante y perturbadora muestra ocupa toda la planta tercera del museo y fue presentada ayer por el director general del Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, los comisarios Camille Morineau y Álvaro Rodríguez Fominaya y la nieta de la artista, Bloum Cárdenas.
Organizada cronológica y temáticamente, la exposición propone un recorrido con abundantes sorpresas visuales a través de acuarelas, óleos, collages, performances, cine experimental, esculturas y vídeos que permiten comprender mejor su vida y su obra. La historia de Niki de Saint Phalle es la de una artista en busca de la emancipación en un mundo dominado por el hombre. Una mujer libre y provocadora, que no tuvo una vida fácil y que se rebeló contra el destino que su familia aristocrática parecía haberle predestinado. “De niña no podía identificarme con mi madre ni con mi abuela ni con sus amigas. Eran un grupo de personas infelices y nuestra casa era muy asfixiante. Un espacio enfermo sin libertad ni intimidad. Yo no quería ser como ellas. Quería el mundo y el mundo entonces pertenecía a los hombres”, confesó en su libro de memorias, Mi secreto. En el mismo libro, también descubriría que fue violada por su padre cuando apenas tenía once años. “La pintura calmó el caos que agitaba mi alma. Era una manera de domar esos dragones que siempre han aparecido en mi trabajo”, confesaría la artista.
La violencia, la rabia, la denuncia de una sociedad patriarcal contra la que se rebela, reflejo de su adolescencia, van a acompañar su obra toda su vida. Claro ejemplo de ello son los Disparos, performances en las que la artista dispara y destroza pinturas con un rifle. Un día, para olvidar a un amante que la hacía sufrir, Saint Phalle le robó una camisa, le puso una diana por cabeza y lo mató de manera ritual. “Descubrir el arte fue una suerte para mí porque a nivel psicológico, tenía todo lo necesario para convertirme en terrorista. En lugar de ello, utilicé las armas para una buena causa: la del arte”, explicó.
Más tarde, organizó happenings en los que disparaba contra bolsas de pintura recubiertas de yeso, que al explotar inundaban la tela de acrílico. Escandalosos en su momento por la violencia que destilaban y porque eran disparados por una mujer, con los Disparos-pintura se convirtió en una pionera de los performances. Saint Phalle disparó contra todo lo que detestaba en este mundo, dibujando un denominado Muro de la rabia.
En otra de las salas se encuentran sus series Novias, mujeres sin rostro, cuyos vestidos están cubiertos de niños y otros símbolos de la maternidad. “Los hombres hacen cohetes, lavadoras o rascacielos pero las mujeres hacemos niños y los hombres envidian ese poder creador”, decía. La artista moldeó también una serie sobre las prostitutas de la que sólo sobrevive Leto o la Crucifixión (1965): un retrato de una mujer cuyo busto es un amasijo de lagartos, flores de plástico y muñecas de cartón.
Sus ‘guerreras’ En 1965 inauguró su serie más célebre, las Nanas; danzarinas o atléticas, algunas imponentes, sexis, blancas, negras... Con ellas, abandonó la rabia y expresó su esperanza de un nuevo mundo que reconocería a la mujer todos sus sueños. Sus cuerpos expresan una feminidad sin limitaciones, son sus guerreras de la batalla feminista. Las formas son prominentes, mientras que sus cabezas son en proporción muy pequeñas. “Con esa representación - decía- busco oponer el poder de la mujer, de la feminidad, de la procreación, frente a lo que ha sido siempre la representación abstracta o cerebral del poder masculino”. Sus Nanas también han salido a la terraza del atrio del museo, donde se exhiben Las Tres Gracias.
El recorrido finaliza en una sala dedicada a su obra pública. Niki creó esculturas monumentales, fuentes, parques infantiles y jardines con el objetivo de acercar el arte a los niños y a aquellas personas que no podían acceder a los museos. Una de sus mejores obras es el Jardín del Tarot, que construyó en la Toscana al estilo del parque Güell. Se inauguró en 1998, cuatro años antes de que falleciera víctima de una enfermedad pulmonar debido a los materiales tóxicos con los que elaboraba sus creaciones.
200 obras. Ofrece una visión profundamente nueva de la artsita a través de un recorrido por sus pinturas, esculturas, grabados, performances y cine experimental.
Hasta el 11 de junio. Organizada de forma cronológica y temática, ocupa más de 2.000 metros cuadrados de la tercera planta del Guggenheim Bilbao. Permanecerá abierta al público hasta el 11 de junio.