LOS ÁNGELES. Cerca de 20 operarios de la empresa ATC extendieron esta mañana los penúltimos rollos de moqueta granate sobre la turística avenida a los pies del teatro Dolby, antes llamado Kodak, donde el domingo se entregarán las estatuillas doradas.
Se trata de un trabajo manual, de ensayo y error, de cinta métrica, rodillo, pegamento y plancha con el que poco a poco se va cubriendo el pavimento gris de la carretera, cortada al tráfico desde el día 15, y el oscuro y quebrado baldosín del Paseo de la Fama, con el vistoso y mullido felpudo por el que desfilarán las estrellas del cine.
"Tratamos de ser profesionales y que todo luzca bien", dijo el veterano instalador de moquetas Rudy Morales, que por unos minutos dejó de lado su tarea para atender a la prensa venida de todas partes del mundo y ávida por conocer hasta los detalles más nimios de su labor, que, por una vez, pasó de secundaria a protagonista.
"No hay secretos, es solo moqueta", afirmó sereno.
Para Morales, que lleva siete años poniendo y quitándole la alfombra al señor Óscar, el momento carecía del encanto con el que los reporteros coloreaban sus crónicas. Era un trabajo más, según sus palabras, las mismas que denotaban escaso interés por el rimbombante espectáculo que prepara la Academia de Hollywood.
Sus atenciones a los medios de comunicación acabaron por costarle una pequeña reprimenda de su jefe, ansioso por finiquitar la faena en tiempo y forma.
Morales y sus compañeros han dedicado cinco jornadas a tapizar de granate casi 4.200 metros cuadrados de suelo (45.000 pies cuadrados), incluido todo lo que el domingo no mostrarán las cámaras de televisión, porque la alfombra roja cruza el fastuoso umbral del teatro Dolby y continúa edificio adentro hasta la puerta principal.
La transmisión de los premios oculta igualmente cualquier referencia al centro comercial en el que está ubicado ese auditorio, una sorpresa con la que se topan los millones de turistas que cada año visitan Los Ángeles con la creencia, o la ilusión, de que Hollywood está todo el año vestido de Óscar.
A los lados de la alfombra en el tramo atechado, ese que no se ve, hay tiendas de maquillaje, ropa, regalos, una cafetería y un establecimiento donde comprar productos de Hello Kitty. Más adelante, una escalera conduce a la segunda planta, donde los multicines proyectan estos días "Cincuenta sombras de Grey".
En total, la organización acredita a unas 5.000 personas para el montaje de los Óscar, para que el evento tenga ese glamur que le falta al barrio, para que las guapas del celuloide parezcan más guapas y los guapos, más apuestos.
Se cuida hasta el mínimo detalle y en esta ocasión nuevamente preocupa la lluvia.
En Los Ángeles, donde luce el sol una media de 300 días al año, no son extraños los chaparrones el día de los Óscar y la previsión indica que el domingo hay un 40% de probabilidad de chubascos.
A día de hoy, los encargados sopesan si será necesario recubrir con carpas transparentes el recorrido de la alfombra y las gradas aledañas en las que se sentarán y gritarán hasta perder la voz los 400 afortunados que ganaron su plaza por sorteo.
Desde allí tomarán fotos y, quizá, tengan la ocasión de tocar con los dedos a uno de esos famosos de portada de revista. George Clooney, por ejemplo, suele prodigarse con los fans.
Como buena producción de Hollywood, en los Óscar tampoco faltan los figurantes que, vestidos como si estuvieran nominados, se pasean por la alfombra para tapar huecos y ocupan sitios vacíos en el teatro con el fin de que los espectadores disfruten en sus casas de la magia que esperan de Hollywood.