e l actor/entrevistador Jordi Évole presentó el pasado domingo noche nueva edición de Salvados, que se caracterizan por el ingenio, agudeza y valentía profesional frente a los personajes que elige para pasarlos por la cuchilla de la inteligencia preguntadora. La séptima edición no ha arrancado con buen pie, a pesar de la pieza seleccionada para el estreno de un Jordi que estuvo durante una hora intentando lo imposible ante Esperanza Aguirre, segura de sí misma, poderosa dándole vueltas al argumentario frente a cuestiones de actualidad. La expresidenta de la Comunidad de Madrid tiene más conchas que un galápago y evadía una tras otras las cornaditas que le pegaba el ingenuo presentador, convencido de poder manejar semejante miura. La política pepera se manejó con soltura, cierto gracejo y seguridad, y de vez en cuando contraatacaba con Podemos y el tratamiento informativo de La Sexta, como obsesión. Dominadora del cotarro se dejó llevar a la barra de una cafetería, al hall de Génova y al interior del despacho y en cualquier sitio o lugar, supo ser ella y no le arrastró ninguna de las olitas preguntadoras que le movió Evole, incapaz de hincarle el diente a la veterana política. Entrevista ejemplar para estudio de los directores de comunicación a quienes les viene amplia tarea profesional. Fiel a su estilo, se definió como una maverick de talante liberal, con los principios por delante y con capacidad para morderse la lengua u ocultar asuntos resbaladizos o desencuentros personales. Proclamada como verso libre del partido popular, mantiene punch y habilidad dialéctica para el dribling frente a un actor que no supo hacer sangre, que lo intentó una y otra y que vio, como pasada la hora, Esperanza se deshacía del micro y emprendía las de Villadiego para atender otro compromiso, quedándose el otra veces afortunado Évole con un palmo de narices que recordará toda la vida.