Puede que para el público ajeno al mundo del anime Capitán Harlock solo sea uno más de esos japonesismos extraños, descendientes de Heidi y propios de un submundo habitado por otakus y freakies occidentales. Para los iniciados, Harlock es un clásico, un referente icónico lleno de reverberaciones. Para los que hace tiempo cumplieron los 30, además de todo lo anterior, también se suma la revalorización que conlleva aquello que sabe de lo nostálgico.
Lo que unos y otros no pueden negar es que Harlock fue construido con materiales de aventura clásica. Cuando Matsumoto lo creó para ser personaje de papel, lo hizo con un bagaje literario de alto voltaje. De hecho, por sus venas corre el espíritu de Stevenson y en sus entrañas reposan los restos del naufragio de Conrad. Si se presta atención a la cicatriz que atraviesa su rostro y se repara en el movimiento pendular de su cuerpo, podrá oírse las sombras tristes de tantos héroes desterrados, piratas de leyenda y justicieros románticos que cantaron los mejores narradores de todos los tiempos.
Harlock ha sido forjado con ecos míticos y sus múltiples adaptaciones no siempre han sido benignas. Un peso pesado como Rin Taro, autor de Metrópolis, tuvo que vérselas con su creador y se enfrentó a duras desavenencias. Ahora, Aramaki, el director de la sólida y eficaz Appleseed, convierte a Harlock en un personaje más oscuro, más solemne, más adulto.
El 3D se entiende bien con la imagen de síntesis, y la aventura y la acción no pierden de vista el conflicto dramático. El resultado, una convencida incursión en el género al que Harlock pertenece, reescrita para el público del siglo XXI. Para los más veteranos, el exceso de arabescos épicos pueden resultar reiterativos y banales, para los más jóvenes, la retórica y sus retruécanos, podrán sonar esotéricos. Imperfecta para unos y para otros, todos podrán entender que Aramaki ha construido un buen filme al servicio de un Harlock nuevo y viejo al mismo tiempo.