gasteiz - Desde que comenzase esta década, el fotógrafo gasteiztarra Jon Gorospe no para. Empezó a darse a conocer de cara al público a través de certámenes como Periscopio y Gazte Klik en 2011 y 2012, y de ferias como Viphoto mientras seguía con su formación tanto en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de la capital alavesa como a través de cursos junto a creadores como Pep Bonet o Javier Rebollo. Un camino en el que no han faltado exposiciones tanto dentro como fuera del País Vasco, como las dos que protagonizó a finales de 2014 tanto en el Edificio Ópera (en la colectiva Diary of a Tour) como en Montehermoso (Environments). Y a lo largo de buena parte de este tiempo, el autor ha ido dando forma y fondo a Almost black, que ahora se presenta en la sala Amárica.

“Ha sido un proceso de cinco años y no es que ahora le quiera dar carpetazo puesto que es un proyecto que a buen seguro volverá, pero sí dejarlo descansar”, apunta el joven creador, cuya obra se podrá ver en la céntrica sala foral hasta el próximo 12 de abril. En total, son 24 las piezas de diferentes dimensiones (incluyendo un mural) que componen una propuesta en la que, como bien indica el título, la oscuridad juega con los pocos destellos de luz. Todo ello en instantáneas que Gorospe ha ido captado en diferentes viajes, en espacios imposibles de concretar pero al mismo tiempo universales para el espectador.

Ante los ojos del visitante de la exposición, el fotógrafo abre un poco la puerta para enseñar lo que considera mínimo pero también necesario para reclamar a la imaginación del otro que complete a su modo y manera el resto de la escena, lo que acontece, lo que puede quedar oculto, lo que se sugiere y, a partir de ahí, la imagen escapa a las manos de quien la ha creado. “No lo quiero dar todo masticado, ni me gusta ni me interesa; mostrando poco a veces se enseña mucho más”, describe.

De todas formas, Gorospe no sólo cuida lo que dentro del marco acontece. También tiene toda la intención del mundo al disponer las obras en diagonales descendentes y ascendentes, respetando “los ecos de las imágenes” que se van dando el relevo a lo largo de la sala Amárica. Y da un paso más con las dimensiones, forzando al público a tener que alejarse y acercarse a las fotografías a cada paso que da, como si esa actividad que quiere generar en la imaginación también tuviese su traslación en el hecho físico de la visita a la muestra, rompiendo los ritmos de la contemplación habitual.

“Lo que busco es el lado emocional de la fotografía, el más sensorial”, un objetivo a cuyo servicio pone este trabajo, una serie fotográfica que nace del “encuentro”, de la estancia en países como Senegal o en zonas como el círculo polar, de convertir “lo accidental en un acontecimiento” conformando así “un diario fotográfico de estos últimos cinco años”, media década intensa en lo profesional. “Bueno, más que vivir de la fotografía, sobrevivo”, aclara.

A partir de ahora, y hasta mediados de abril, el testigo dejado por los destellos de luz, la huella tal vez oculta en la oscuridad, es, de todas formas, propiedad del público. Porque si cualquier manifestación artística requiere del otro para ser completada, la invitación de Gorospe está buscando un espectador inquieto, activo, que necesita aportar. Lo hace en una sala Amárica que ya conoce puesto que en ella estuvo participando hace un par de años en la feria Viphoto (organizada por la Sociedad Fotográfica Alavesa con el apoyo de este periódico), aunque es evidente que esta vez las circunstancias son bien diferentes.