Un buen ejemplo del juego, por intentar acotarlo de una manera, que le propone al espectador: la pieza que da título a la exposición, Turno de noche, es imposible de ver por el público. Está compuesta por decenas de estrellas blancas pegadas en el techo blanco de la sala Norte de Artium, es decir, hay que dejarse los ojos para distinguirlas puesto que sólo brillan cuando la luz artificial del espacio, necesaria para ver el resto de la muestra, se apaga. Como mucho, dice con una sonrisa el artista navarro ahora residente en Berlín, el personal de seguridad del centro va a tener suerte.

Qué lecturas y propósitos hay detrás es algo que Fermín Jiménez Landa explica con soltura pero siempre desde la base de su búsqueda de un espectador activo al que retar, al que pedirle que entre en el juego que el creador propone entre lo posible y lo que no lo es, entre lo absurdo y la lógica, entre lo que se puede comprobar de primer mano y lo que no hay manera de verificar.

A grandes rasgos, así se define este reencuentro de Jiménez Landa con Artium puesto que en la muestra colectiva Entornos próximos (2006) y en el ciclo Pantalla Contemporánea (2013) sus caminos ya se habían cruzado. Claro que esta vez es una “gran oportunidad”, “mi primera gran exposición en un espacio de esta entidad”, dice el autor. “Es una de las muestras que hemos tenido en el museo a lo largo de los últimos años que más me gusta”, apunta el director Daniel Castillejo, quien subraya que sobre la trayectoria del artista navarro “hay muchos ojos puestos porque su mirada es muy novedosa”.

Lo cierto es que su manera de entender la creación y, desde ella, al ser humano hasta sirve como punto de arranque de Yo de mayor quiero ser Fermín Jiménez, una obra que El Pont Flotant, compañía valenciana que el creador conoce bien de sus años en la ciudad del Turia, representará el próximo 12 de febrero en el Jesús Ibáñez de Matauco del centro cívico Hegoalde dentro de la programación invierno-primavera de la Red de Teatros. Al día siguiente, el grupo tomará parte en una mesa redonda, con el artista presente vía Skype, que se llevará a cabo en el museo a partir de las 19.30 horas.

Pero más allá de unas actividades paralelas u otras, la muestra que hoy se abre, y que se podrá visitar hasta el 17 de mayo, es, según explica el conservador de la colección permanente del museo, Enrique Martínez Goikoetxea, un ejemplo claro de esa senda en la que se mueve Jiménez Landa, entre el discurso “cultureta” y el “simple gag”, escapando de ambas posturas para encontrar un equilibrio propio en el que la cotidianidad, el humor y la invisibilidad se convierten en herramientas esenciales.

“Estoy como en una búsqueda constante de la decepción del espectador, quiero forzarle”, que tenga que tomar parte, superar incluso las barreras que le pone el artista para poder ver una pieza completa o para creerse la supuesta historia que hay detrás de una obra o su teórico discurso. Sucede en El lago de los cisnes, una colección de agua sucia metida en botellas de plástico que, si se cree a Jiménez Landa, ha sido traída desde Moscú, desde el lago Novodevichy que inspiró a Tchaikovsky para su composición.

Pero detrás de esa serie de retos materializados de distintas formas, como el gran sistema de calefacción de 400 tubos que el autor ha hecho instalar por techo, suelo y paredes bajo el título de La fiebre o las mesas enfrentadas en vertical y separadas por canicas de Ecuestre, se plantean un sin fin de reflexiones sobre el consumo, la política y otras cuestiones. Todo ello a través de una docena de obras que, salvo una excepción, han sido realizadas de forma específica para la capital alavesa.