madrid - Le persiguió la extrema derecha y el comunismo, y fue recluido en un campo de trabajo, vivió en Marruecos, Francia o Canadá pero, por fortuna, el escritor húngaro György Faludy plasmó su extraordinaria vida en Días felices en el infierno, un trepidante relato por los totalitarismos del siglo XX.

La obra de Faludy (Budapest, 1910-2006) apenas ha tenido presencia en castellano y por ello es una buena noticia y un pequeño éxito esta primera y muy cuidada edición de la editorial Pepitas & Pimentel, de la que su traductor y gran conocedor de su trayectoria, Alfonso Martínez Galilea, considera la “gran obra maestra” de este novelista, periodista y poeta húngaro. Más allá de su interés histórico, como crónica documental del “socialismo real” y como texto pionero de la “literatura del Gulag”, el libro es el testimonio de una curiosa aventura intelectual, aparte de contener, elementos de todos los géneros y subgéneros literarios.

Poesía, economía política, erotismo, la historia antigua, el humor, las aventuras, los sueños, el espionaje y el horror se dan cita en este libro que compone un relato poblado de personajes inolvidables y de episodios insólitos. Y es que, si bien es cierto que la literatura magiar no es precisamente muy conocida en el ámbito hispano, también son muchas las razones que invitan a acercarse con curiosidad a Días felices en el infierno. La principal, tal vez, es la crónica en primera persona que Faludy hace de sus vivencias durante quince años, desde 1938 hasta 1953, lo que confiere al libro un incuestionable valor histórico ya que fue testigo de numerosos episodios clave del siglo pasado en Europa.

La biografía de Faludy es fascinante, tanto que parece de esas personas que en lugar de disfrutar de la vida decidieron devorarla a bocados. “Era el tipo de persona que todos hubiéramos querido ser, aparte de nosotros mismos”, decía sobre él el escritor y crítico británico Philip Toynbee. Faludy sufrió en su país las presiones y la persecución de los filonazis húngaros, por lo que tuvo que huir en un periplo que le llevó por Francia, Marruecos y Estados Unidos durante la II Guerra Mundial. Su regreso al hogar tras la guerra tampoco fue feliz. Con el mundo dividido en dos, unas purgas comunistas en Hungría le llevaron a ser encerrado en el campo de trabajos forzados de Recsk hasta 1953. Esas peripecias a lo largo de quince años fueron las que luego incluyó en Días felices en el infierno, que fue publicado en inglés en 1962, con poco éxito de ventas y sí cierto reconocimiento crítico, pero que hasta 1989, con la caída del bloque comunista, no tuvo su primera edición húngara.

Las idas y venidas, siempre remando a contracorriente en las aguas de la provocación y la incomodidad, son la que convirtieron a Faludy en una “figura tan controvertida y poco convencional”, indica el traductor Alfonso Martínez Galilea en sus notas a la edición. Y es que al margen de sus avatares vitales, lo que sobresale en el libro, desde su mismo título, es el estilo irónico, a veces desenfadado y muy vitalista que exhibe en su pluma, sin que ello suponga obviar los aspectos más realistas y crudos de su vida.

Tampoco la escritura del libro puso el punto y final a sus constantes mudanzas. Londres, Malta, Florencia y Toronto fueron algunos de sus destinos y hoy en el siglo XXI todavía el escritor sigue siendo una figura difícil de etiquetar tanto para la izquierda como para la derecha en Hungría.

La obra poética de Faludy, fallecido en 2006, es popular en el país centroeuropeo, que aún recuerda una de sus últimas controversias públicas, cuando en 2002 dejó a su pareja Eric Johnson para casarse con una escritora de 26 años, Fanni Kovács. Único en su escritura y en su manera de afrontar la vida, Días felices en el infierno es la manera de Faludy de gritar al mundo que, quizá, la mejor forma de narrar su historia es haberla presenciado en primera persona.