Abril, 1939. La Guerra Civil toca a su fin. La represión franquista se ceba con Euskadi y obliga miles de vascos a retirarse primero a Francia y, luego, a América. Chavarriaga, Ibarra, Ochoa, Salazar, Uribe. La lista asciende a 50.000 exiliados, entre los que se encuentran gran parte de los protagonistas de la cultura vasca de la época en todas sus vertientes, desde la literatura o la pintura hasta la música o la arquitectura. “A día de hoy, todavía desconocemos mucho sobre lo que hicieron los vascos en el exilio”, asegura Juan José Arrizabalaga, director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la UPV/EHU. Por ello, profesores de la UPV/EHU, en colaboración con Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se han dedicado a investigar sobre ello. En esta ocasión, se han centrado en el ámbito arquitectónico.
“Más que de arquitectura vasca, hay que hablar de arquitectura hecha por vascos durante el exilio”, opina Arrizabalaga. Ello se debe a que, en vez de seguir un estilo propio, figurativo, se sumaron a las corrientes internacionales del movimiento moderno o vanguardista. Secundino Zuazo, Martín Domínguez, Imanol Ordorika, Tomás Bilbao, Arturo Sáenz de la Calzada. “Eran arquitectos que estaban muy pendientes de las corrientes contemporáneas, aunque cada uno tiene sus peculiaridades”.
Aunque primero pasaron por Francia, Arrizabalaga explica que la mayor parte de su labor la realizaron en México. “Por entonces el país apoyaba a la República y los recibieron con los brazos abiertos”. Además, la capital, México, DF, se encontraba en plena ebullición. “Aprovechan un momento de mucho desarrollo”. Pero también diseñaron en otros países, como Argentina, Uruguay o Venezuela, aunque principalmente siempre edificios de servicio social para la gente y para el público en general. “Yo creo que muchos de ellos no habrían tenido la trayectoria artística que tuvieron si no hubieran tenido que exiliarse”.
Por la libertad Entre ese colectivo de arquitectos exiliados se encontraba Imanol Ordorika (1931-1988). Natural de Lekeitio, con solo 8 años tuvo que marchar a México. “Soy parte de una generación que aprendió el amor a la libertad y a la independencia de dos pueblos que han hecho de la lucha por estas una forma de vida”, describía en sus escritos. Diseñó una amplia gama de edificios, todos ellos en México, y tuvo encuentros con artistas vascos de la talla de Nestor Basterretxea, Vicente Larrea y Oteiza.
“Creo que podría decirse que su trabajo le apasionaba”, asegura María José Ordorika, hija de del arquitecto vasco. Asimismo, explica que la obra arquitectónica de su padre abarcó todos los géneros y se desarrolló tanto en el sector privado como en el público. La Ciudad Universitaria de Anáhuac (1966-1972) o la Casa Susaeta (1975) son solo dos de sus diseños.
En la actualidad, María José Ordorika es profesora de Facultad de Arquitectura de la UNAM. “Mi padre compartía con nosotros sus ideas y proyectos y pronto me di cuenta de que la arquitectura era lo que me apasionaba”. De hecho, María José confiesa que tuvo que terminar dos de los proyectos que su padre había dejado inconclusos cuando enfermó. “Es lo más difícil que he tenido que resolver como arquitecta”. Considera que, en general, Imanol Ordorika fue un hombre feliz y, sobre todo, que guardó sus raíces: “Se sentía mexicano, pero nunca dejó de admirar a Euskal Herria”.
Bilbainos Brillantes Ordorika no fue el único arquitecto vasco que tuvo que exiliarse. Juan de Madariaga (1901-1972) fue un bilbaino brillantísimo y muy involucrado con las últimas corrientes europeas. “El Ayuntamiento de Bilbao en la década de los 30 era muy vanguardista, lo que le permitió gran libertad creativa”, explica Iñigo de Viar, profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la UPV/EHU.
Sin embargo, al ser De Madariaga cuñado de José Antonio Aguirre, primer lehendakari, tuvo que exiliarse. “Trabajó para la comunidad vasca con varios arquitectos en México hasta que en 1955 Franco le permite regresar”, informa Viar. Pero no pudo ejercer de arquitecto hasta 1962. “Me maravilla la capacidad de Juan de Madariaga de rehacerse no una, sino dos veces, con la calidad que lo hizo”.
Otro caso sería el de Tomás Bilbao (1890-1954). “Tuvo que exiliarse porque participó de lleno en el mundo político”, explica Viar. Fundador de Acción Nacionalista Vasca, concejal del Ayuntamiento de Bilbao, miembro activo de la Asociación de Artistas Exiliados. “En cuanto a la arquitectura, estuvo muy involucrado con las viviendas sociales”. Pero su despedida de la ciudad que le dio nombre no pudo ser más trágica: el lehendakari Aguirre le encomendó la voladura de los puentes de Bilbao. “Para un bilbaino y arquitecto tuvo que ser muy duro abandonar su hogar así”.
Los años han pasado, pero sus obras siguen en pie. “Es difícil aquilatar la influencia que tuvieron estos arquitectos”, admite Juan Ignacio del Cueto, profesor de Facultad de Arquitectura de la UNAM. Si algo tienen en común estos arquitectos desterrados, es el amor por su tierra.