Un vuelo libre para conquistar nuevos territorios, para descubrir otros públicos, para dejarse atrapar, viajando con el contrabajo como vehículo, uno, eso sí, con estampados de lunares. Lo suyo no es ciencia ficción, es un O.F.N.I., es decir, un Objeto Flamenco No identificado. El universo de Pablo Martín Caminero tiene las puertas abiertas.

Tras El Caminero y Doméstica, el contrabajista, compositor y productor, entre otras facetas, gasteiztarra, sigue sumando experiencias, objetivos e intenciones, entendiendo cada disco como un proyecto global del que aprender, al que enseñar. Es el precio y la recompensa de querer tener una senda autónoma e independiente, desarrollando las distintas caras creativas de una misma persona (“trato de que todos nos llevemos bien, sin anular la personalidad de ninguno”).

Grabado a lo largo de tres jornadas de finales de mayo en Madrid, en la ciudad en la que reside desde hace unos años, Caminero reúne a la banda (Ariel Brínguez, Toni Belenguer, Moisés Sánchez y Michael Olivera) e invita a otros (Perico Sambeat y Enriquito Rodríguez) para construir una conversación abierta entre el jazz y el flamenco en temas como Es lo que hay, Calabazas o Soleá de Gasteiz, entre otros.

“Al flamenco me llevo dedicando muchos años y es parte de mi día a día. Está en un momento de expansión, de imaginación, de posibilidades”, describe el intérprete vitoriano, y eso que tanto en este género como en el jazz, es un autodidacta llegado a ambos desde su formación clásica en espacios como el Conservatorio Jesús Guridi o la Escuela Superior de Música de Viena.

“Para la gran mayoría de los que no somos flamencos de cuna, por así decirlo, la pieza clave a la hora de entrar en contacto con el género es Paco de Lucía”, al que Caminero hace un guiño en este O.F.N.I. ya que “prácticamente todos tenemos algún tipo de deuda con él”. En su caso, además, la estancia en la ciudad austriaca supuso que muchos músicos le llamasen “porque era de los pocos bajos que ellos consideraban latino, así que tocaba con los mariachis, los brasileños... y había un guitarrista alemán que me llamó para hacer un disco de flamenco y ahí es donde empecé a tener más interés”.

Una relación que se ha ido desarrollando en proyectos como Afectos donde comparte senda con Rocío Molina y Rosario La Tremendita, por poner un solo ejemplo. Y, por supuesto, en su último disco, un trabajo que lleva casi dos meses encontrándose con el público tanto en el formato físico como a través de Internet, los vídeos que se registraron durante la grabación del álbum, y, cómo no, los conciertos. “Lo que más ilusión me hace es que, catalogándose este trabajo como una música de jazz -que es un género que muchos perciben como lejano o complejo-, no son pocos los que están diciendo que les está gustando el disco, que están disfrutando de los temas, que van a los conciertos y se lo pasan bien porque, además, son actuaciones en las que aprovecho para explicar, de una manera cercana, los porqués de lo que hago”, como sucederá el 24 de febrero, cuando el contrabajista regrese a casa para actuar en una nueva edición de Ondas de Jazz.

Eso sí, antes pasará por varios puntos del Estado y de Europa de la mano de las distintas propuestas musicales en las que participa de manera constante. “Requiere su disciplina, tiene su parte de estudio, de preparación, pero hay algo que une a todos los proyectos y es que los hago porque quiero”, encontrándose con amigos con los que compartir, crear, disfrutar. También en lo que se refiere al público.