vitoria - “En Euskal Herria no había prostitución”, se decía allá por el siglo XV, justificado por el austero carácter vasco, tan arraigado a las tradiciones, alejado de lo ostentoso y bastante apegado a la religión. Sin embargo, “había prostitución igual que en todos los sitios”, aclara Charo Roquero, licenciada en Historia Moderna, Ciencias Políticas y Sociología, quien desmonta estos y más mitos en el libro Historia de la Prostitución en Euskal Herria. Tras varios estudios y una investigación exhaustiva de documentos de la época, Roquero ha intentado recuperar la historia no escrita de un colectivo mal visto por la sociedad. Desde el siglo XV hasta el franquismo, los textos no hablan explícitamente sobre prostitutas, sino que son poco claros y requieren de interpretaciones para darse cuenta de que, realmente, se refieren a las meretrices cuando lo hacen.
El recorrido documentado del oficio más antiguo del mundo comienza en el siglo XV. Enmarcado en una sociedad muy tradicional, se podían encontrar prostitutas en el medio rural y también en el urbano. Las posaderas que estaban en mitad de los caminos, o en los puertos, fueron las primeras. Taberneras como las que había en el Alto de Miracruz, que atendían a los arrieros, siguieron sus mismos pasos.
En la ciudad, el servicio doméstico, sobre todo si provenía de pueblos rurales, solía estar compuesto por inocentes jóvenes que encontraban una figura de autoridad en el señor o el hijo de la casa, con quien perdían la virginidad. Quedaban embarazadas y no tenían otro camino que dedicarse a la prostitución.
Había costureras a las que no les llegaba el sueldo y “debían ejercer en lugares en los que no fuera extraño que hubiera hombres”. Otra circunstancia clásica en la que se ejercía la prostitución tenía que ver con la laxitud del celibato de los obispos. Las mancebas de los clérigos tenían hijos con ellos y cuando crecían eran colocados en buenos puestos de trabajo.
Ya desde aquella época, las mujeres más desesperadas caían en la prostitución. Y lo hacían a manos de figuras como la alcahueta Luisa de Gardin, un ejemplo del libro de Roquero, que ilustra cómo vivieron aquellas prostitutas.
‘el mal menor’ Tras la revolución industrial, la mentalidad cambió radicalmente. Y con ella, las condiciones de estas mujeres. Se empezó a tomar en cuenta la higiene y se implantó la teoría del mal menor. Esta se basaba en que la prostituta era imprescindible porque “el hombre tenía unas necesidades básicas de lujuria, natural en él, que había que mitigar”, explica la historiadora. La prostituta era necesaria “para que no hubiera violencia ni homosexualidad”, así que se acabó reglamentando.
En Euskal Herria la prostitución no se desarrolló de la misma manera en todas sus ciudades. En Bizkaia se daban dos clases muy distinguidas entre sí. Por un lado, en Barakaldo había jornaleros que, tras un durísimo día de trabajo, utilizaban su dinero para divertirse con prostitutas que vivían en las peores condiciones. Paralelamente, la floreciente burguesía del centro de la ciudad se escondía en burdeles similares a clubes ingleses, donde corría el champán y el lujo.
En Gasteiz el caso era singular. Ciudad de provincias, habitada por curas y militares, “su característica era el anonimato”, declara la experta. La soltería de estas personas era obligada, así que los lugares donde se daban estas actividades “estaban muy ocultos”. Curiosamente, en Iruñea, cuya dinámica era parecida a la de Gasteiz (por el gran número de militares), nació el primer prostíbulo público que está documentado. El Ayuntamiento, tras considerar en 1557 que “había mucha demanda, pensó que debía haber un prostíbulo y lo gestionó él mismo”. Así, según sentencia Roquero, el Consistorio fue el “primer proxeneta porque albergó a las prostitutas en una casa municipal y les cobró las rentas y un porcentaje de los trabajos”.
tras la cortina Pero en Donostia las cosas eran bien diferentes. Era una ciudad que presumía de bucólica y elegante. “Era una ciudad balneario, por tanto, tenía que dar una imagen estupenda y muy limpia”, señala. Para ello, había celadores que quitaban a las mujeres de la vía pública. Estas debían permanecer escondidas, ser “invisibles”. Incluso se llegó a legislar que solo podían salir a pasear a partir de las 20.00 horas. “Sus casas debían tener unos cortinones muy fuertes y no podían asomarse a las ventanas”, asegura la escritora.
Se intentaba mantener la idea de que Donostia “era una ciudad ideal que debía mantener la apariencia”, pero a la vez había una prostitución mucho más lujosa: Matahari, los Music Halls, las cocottes o las tanguistas. Roquero admite que “los hombres de prestigio muchas veces tenían una mantenida y era una forma de reconocimiento social. Era aceptado incluso por la propia mujer”. Mientras, las prostitutas de menor nivel se fueron del centro hacia Gros y hacia el extrarradio. Historia de la Prostitución en Euskal Herria recoge muchas más anécdotas que son parte, sobre todo, de la historia de la mujer.