La Cuatro sigue manteniendo en antena un producto reality titulado “Adán y Eva” que tiene la singularidad de poner en pelotas a los protagonistas de los encuentros supuestamente amorosos en una paradisíaca isla del Mediterráneo. Los aspirantes al triunfo se manejan con más o menos habilidad y gracejo en su desnudez y casi todos encuentran un punto de equilibrio que les permite deambular delante de las caras con naturalidad y frescura. La galería de tipas/as que se prestan a las necesidades del programa reúne especímenes bien diferentes, casi todos pagados de su físico, más ellos que ellas y que desarrollan artes amatorias para ligar a la pareja que tiene que decidir con quién se queda y en un trámite posterior, si fuera de la isla quiere seguir la iniciática relación. Un muchachote nacido en Guinea Ecuatorial y criado en tierras vascas se presentó la semana pasada, luciendo palmito e instrumento en las rubias arenas de la playa para protagonizar una serie de escenas divertidas y sugerentes, con animados coloquios entre las dos evas que alababan la morfología del vasco enamoradizo y ligón, que lo puso todo en práctica pero no convenció en el tramo nocturno a ninguna de las dos pretendientes. Al final del programa, momento de suspense cuando la elegida por el moreno que reivindicaba en cuanto podía la tierra vasca, estuvo a punto de ser rechazado por la mujer elegida. La clave-morbo del interés del programa se instala en qué ocurrirá en la noche del amor y si tras el edredón cómplice se encenderá la pasión. El dicho popular manoseado por las dos concursantes de que una mujer no está completa hasta que no yace con moreno varón se quedó en agua de borrajas, y el bizarro vasco hizo el viaje en balde. Estereotipos, lugares comunes y prototipos convencionales se derrumban cuando los protagonistas funcionan desnudos. Cosas del paraíso mediático.