Como hacía Alfred Hitchcock en Vértigo con Kim Novak, Pink Floyd resurge de “entre los muertos” con un disco tan alabado como vilipendiado de cara a Navidad. Los supervivientes del mejor grupo de rock sinfónico de todos los tiempos acaban de publicar The endless river (Parlophone.Warner), un CD en homenaje a su teclista, Rick Wright, con un repertorio casi íntegramente instrumental extraído de unas sesiones de hace 20 años y puestas al día. “Es un buen modo de reconocer su contribución al grupo y cómo su saber hacer está en el núcleo duro del sonido de Pink Floyd. Al escuchar esas sesiones de nuevo, resulta cristalina su talla como intérprete”, según el batería, Nick Mason. Mientras Roger Waters sigue renegando de Pink Floyd aunque los explota sin sonrojo en directo, David Gilmour ha confirmado que no hay vuelta atrás y que no habrá gira ni futuros discos de Pink Floyd. Que este “río interminable” se ha secado y que el actual es el último estertor de la banda. Un canto del cisne en homenaje a Rick Wright - teclista de la mejor banda de rock sinfónico de los 70, fallecido en 2008- que proviene de las sesiones de grabación de su último disco de estudio, The division bell.

Aquellas sesiones, en las que participaron David Gilmour, Wright y Nick Mason en Britannia Row y los estudios Astoria, dejaron bastante material sin publicar y los supervivientes, a excepción de Waters, las han sacado de los cajones, con la inestimable ayuda a la producción de Phil Manzanera (guitarrista de Roxy Music) y Youth, y con la regrabación de algunas piezas y añadiendo otras nuevas, para dotarlas de actualidad y engarzarlas en una especie de suite uniforme.

“La semilla de este disco se inició en 1993, en las sesiones de The division bell. Tras escuchar más de 20 horas de aquellas grabaciones, seleccionamos las piezas que queríamos que apareciesen en el nuevo álbum”, ha explicado Gilmour, que asegura que las regrabaciones y aportaciones actuales buscaban que el sonido estuviera “arropado por la nueva tecnología de estudio para sonar a Pink Floyd en el siglo XXI”.

Este “tributo a Rick que reconoce su contribución al grupo”, en palabras de Mason, ofrece 65 minutos, todos ellos instrumentales (divididos en cuatro suites) a excepción de la cantada Louder than words, single mediocre con letra de la pareja de Gilmour, Polly Samsun. Tras varias y todavía escasas escuchas, The endless river no parece ser la bazofia new age o chill out con la que se están cebando sus detractores, ni la obra maestra que defienden los floydianos más ortodoxos. Es un disco menor, pero muy disfrutable por los seguidores más formados de la banda, los que les siguieron en los inicios y primeros 70, antes de su éxito masivo y de que el megalómano Waters liderara ya, con mano de hierro, Animals y The wall.

El álbum tiene el aliento del rock espacial más planeador de su primera época, la de Echoes, Meddle o Obscured by clouds, antes del éxito de The dark side? y después de sus inicios psicodélicos y la marcha de Syd Barrett. The endless river es un disco de ambientes, que sugiere más que ofrece y que cuenta con el pilar incuestionable de los sintetizadores de Wright, especialmente activo en aquellas sesiones de 1993, con el subrayado de las siempre líricas y prístinas guitarras (acústicas y eléctricas) de Gilmour.

Las fantásticas It´s what we do y Night light remiten a Shine on you crazy diamond, mientras que las excelentes Sum y Eye to pearls lo hacen a Echoes, con Vangelis en el retrovisor. Con tanto sintetizador, apenas hay lugar para el lucimiento de Mason, excepto en Skins, que incorpora toda una serie de efectos “interestelares” y psicodélicos.