James Ward Byrkit, antes de adentrarse en este filme en torno a la paradójica situación que surge el hablar de universos paralelos, había trabajado en películas como Piratas del Caribe y Rango. ¿Cómo se pasa de esa exaltación de un mundo de filibusteros y princesas o del reciclaje en dibujos animados del western posmoderno, a una película que se adentra en las arenas movedizas de la física cuántica? Difícil pregunta que James Ward contesta sin despeinarse. Es más, responsable de los story-boards de los dos filmes citados, el debutante director afirma sentirse muy cómodo a la hora de escoger dónde colocar la cámara, por su buena experiencia como dibujante.

Lo evidente es que Coherence, un filme que venció y convenció en el FANT de Bilbao hace ya más de seis meses y que acaba de pasearse con aplausos por el festival de Sitges, se sitúa en las antípodas de los grandes productos de Hollywood. Rodado en menos de una semana, en localizaciones privadas, como la propia vivienda del director, y con un puñado de actores que parecen moverse bajo las enseñanzas del cine danés disfrazado de versión sci-fi de Los amigos de Peter, Coherence se impone como un producto singular gracias precisamente a lo que sugiere su título.

Coherence muestra la inquietante noche que vive un grupo de amigos cuando, al celebrar un reencuentro, el paso de un cometa parece ocasionar extrañas perturbaciones. En clave de thriller sin sangre, con el disfraz de cine fantástico, porque así lo reclama su sustento argumental, en realidad Coherence se fija mucho más en el desarrollo dramático de sus personajes sacudidos por el vértigo que siempre provoca y produce la presencia de lo inexplicable. En este caso, lo inexplicable son ellos mismos, algo que abunda en la relatividad de la existencia y en las sacudidas de esas mariposas cuyo aleteo provoca huracanes en el último confín del mundo. Y Ward lo hace sin enfangarse en explicaciones metafísicas, como un macguffin fantástico que no sale de su lugar: ser puro pre-texto.