Inconmensurable es el ejército de tertulianos que llenan tiempos de radio y tele, haciendo de la tertulia género informativo necesario en el panorama mediático, plagado de variados especímenes. Ellas y ellos, sabios y necios, preparados y mequetrefes se sientan frente a micrófonos y cámaras dispuestos a hacer de la demagogia y sofisma plato habitual para nuestros hastiados estómagos de consumidores de trescientos minutos de tele y otros tantos de radio.

Personajes embestidos de soberbia (que para sí quisiera el príncipe de las tinieblas) y que embisten con sarta de embustes, manipulaciones y manejos, en función del dueño que alimenta a estos chacales de la opinión radiada/emitida, que no pública. Con sus buenos talegos en el bolsillo, estos sofistas de la actualidad se pasean por estudios y locutorios, dejándonos perfumes apestosos.

Entre todos ellos, destaca el periodista jefazo de un periódico madrileño que se ha convertido en cruzado defensor de la patria en peligro, luchando contra la fractura e infección roja comunista en estos tiempos de miseria y desolación.

Es lo que ocurre con los tertulianos que van de periodistas independientes y críticos que les asoman el pelo de la dehesa en cuanto tienen oportunidad para el patinaje y la cháchara mediática. Cinismo, sonrisa superior, talante formalmente demócrata, mucha ley, mucho imperio, mucha chapuza. Pero el ínclito tertuliano siempre flotando, siempre cobrando, siempre en la pista del circo, que el espectáculo comienza ya, acompañado de tertulianos de similar catadura que dan apariencia de diversidad, cuando casi todos están cortados por el mismo patrón de la vulgaridad, vanidad rampante y escaso sentido de la dignidad comunicativa en una dinámica del disparate y guirigay que nadie quiere cortar. Y todos están al lío, lío.