el triángulo amoroso entre tres participantes en la edición número 15 de Gran Hermano, en la casa de Guadalix de la Sierra, se está convirtiendo en el argumento más real, más vivo, más emocionante de la historia de la televisión en lo que a reality show se refiere. Las escenas entre el muchacho y las dos mantis religiosas que buscan afanosamente la atención y las caricias sexuales del muchacho Omar son auténtica tele, televisión en estado puro, sencillo y brutal descarnadura de las emociones más valiosas y genuinas del ser humano, las de amar y ser amado. La noche de autos, en la que el simplón jovenzuelo deja de desear a la rubia hawaiana Paula y se inclina por la conocida y reconocida, Lucía, con quien se reencuentra es el momento mágico del domingo en el debate GH. La vuelta de su ex novia del alma, seducida y abandona como en el cine italiano del neorrealismo, y la astucia imaginativa de los responsables del culebrón en un genial golpe de efecto es todo un ejercicio argumental que ni el mejor equipo de guionistas sería capaz de fabricar. En el caso presente, solamente las cámaras escrutadoras y la desabrida situación de los tres ha decantado secuencias de intenso valor, demostrando la potencia comunicadora y cautivadora de GH, que es auténtica tele, la que supera los más potentes guiones porque hace de la vida enjaulada, escenario, motivo y tema del relato. Una vez se ha demostrado que una millonaria audiencia reclama estos productos, escenas reales, no fingidas, no ficticias, de seres humanos en carne viva para contemplar sus depresiones anímicas, derrumbamientos pasionales y destrozos vitales. Esta es la tele soñada por los grandes productores del ingenio: hacer de la vida argumento para la contemplación, empatía y antipatía de los espectadores con muñecos del casting para mayor gloria de un modo poco decente de conducir el negocio de la tele.
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