“He construido un testimonio biográfico tan verídico como falso”. ¿Dónde establece la muga entre ficción y realidad en este Un ojo de cristal?

-En las páginas iniciales hay una frase de Coetzee que dice: “Pero ¿y si todos somos creadores de ficciones? ¿Y si todos nos inventamos continuamente la historia de nuestra vida?”. Esas preguntas plantean la idea de que cualquier vida es susceptible de ser contada, y además, validan la posibilidad de crear versiones libres sobre ella. Creo que reflejan bien el espíritu de esta obra: he escrito una historia en la que soy el personaje principal, no basada en un registro exacto de los hechos, sino creando una ficción en la que la clave es la imitación de la realidad, no la fidelidad a la misma. Los ojos de cristal tampoco son de cristal, ni llegan a ser copias idénticas del otro ojo; es decir, la muga no importa siempre que lo contado sea verosímil.

Y, ¿cómo ha sido la convivencia entre las hermanas siamesas Escritora y Protagonista? ¿Están unidas por el corazón, por el cerebro o por ambas?

-Y por la piel también? Pero la escritora y la protagonista no son hermanas siamesas: es la misma persona, o mejor dicho, proyecciones de un yo que no es monolítico. Somos lo que vivimos, pero también lo que imaginamos, lo que habríamos querido vivir, lo que haríamos en una situación hipotética?

¿Por qué este título, Un ojo de cristal?

-Porque el ojo de cristal tiene varios valores en la narración: en primer lugar, un valor real, ya que es una seña de identidad personal, la prótesis que sustituye al ojo que me falta, lo cual avisa de que el contenido de la historia es autorreferencial; por otra parte, tiene un valor metafórico, en cuanto que lo empleo como símbolo de las pérdidas, desgarros o adioses de mi vida; y por último, un valor literario, por ser un elemento que aparece en otros autores, desde antiguo, una especie de tópico en la historia de la literatura, que yo convierto en el leit-motiv del que parten las distintas secciones que componen la historia.

El relato de este libro navega entre la novela y el diario, ¿cómo define el resultado de este jumelage literario?

-Eso es, no es ni una cosa ni otra, y es ambas a la vez. La obra no tiene un argumento de acción, sino que está planteada como un collage, un cuaderno escrito progresivamente, retales personales de temática distinta. Ese planteamiento permite usar distintas tipologías textuales, como un archivo donde caben desde la carta a un poema, pasando por una microhistoria, y también da margen para usar tanto registros realistas como líricos, científicos o metaliterarios. Pero no sé cómo definir esta hibridación. En un pasaje se dice que es un espejo de cristal con un marco de patchwork. La idea de las piezas reunidas para lograr un todo armónico está presente también cuando la protagonista encuentra una caja de fotos que son como células de un yo biográfico; o cuando su madre le dice en sueños que la vida cobra sentido según se hilan trozos sueltos.

¿Como ha vivido, sentido, Miren Agur Meabe la transformación en un personaje de su propia novela?

-Con naturalidad, porque creo que la autoobservación puede ser origen y objetivo de la creación al mismo tiempo. En un apartado que se llama El espejo he intentado explicar ese carácter especular de la escritura, donde el objeto y el sujeto se reflejan mutuamente. De todas formas, cuando he escrito poesía también coincidían el yo poético y el yo biográfico.

Su ambición era ofrecer “un argumento sencillo con frases precisas y párrafos articulados con lógica”. Así de simple, pero... ¿nada más complicado?

-Esa frase expresa la voluntad de no dejarme arrastrar demasiado por los recursos de la poesía; al fin y al cabo, se trata de mi primera narración extensa destinada al público adulto. El análisis de los sentimientos, la descripción de las emociones, el retrato de episodios del pasado, el trabajo de introspección son lentos y complejos, y a veces el manejo del lenguaje no alcanza a explicar los aspectos abstractos. Además, me iban surgiendo cuestiones sobre la función de la escritura: ¿debería marcar la línea fronteriza entre realidad y ficción? ¿Estoy siguiendo un modelo retrógrado, demasiado sentimentalista? ¿Es lícito sacar rendimiento a la propia intimidad? Esas dificultades se las he planteado al lector directamente, por medio de ciertas notas a pie de página, para que dé su propia respuesta.

¿Tenemos que creernos literalmente lo que nos ha contado en Un ojo de cristal?

-Al terminar el libro sentí la necesidad de avisar de que todo lo contado no era así al cien por cien. Por ejemplo, para contextualizar algunos diálogos, inventé ciertos escenarios, pero siempre próximos a mis experiencias reales. Pero eso no contradice la honestidad de lo narrado. Por otro lado, sembrar la duda en el lector era también una manera de protegerme y de proteger a otros personajes. El inconveniente de compartir tu mundo interior es que quedas a la intemperie, como desnuda, y en nuestro entorno, el desvelar lo privado sigue siendo un tabú. Por suerte, el recurso de la ironía nos ayuda a relativizar el valor de la intimidad. La ventaja de compartirla es que conectas con las vivencias de la gente, y ese encuentro da sentido a nuestra tarea.

¿Cree que el dolor es un paso previo necesario cuando queremos alcanzar un nuevo orden vital, estructurando de nuevo con sinceridad nuestro futuro, saneándolo?

-La protagonista del libro es una mujer de mediana edad que hace el recuento de sus pérdidas. A lo largo de nuestra vida, en diferentes momentos, solemos preguntarnos qué o a quién necesitamos para vivir. La formulación de la pregunta cambia según avanzamos en edad, convirtiéndose en un “¿cómo quiero vivir el resto?”. Cuando sufrimos un cambio o un adiós, toca volver a contestar, y el mirar a cara a nuestro sentimientos, miedos, limitaciones, carencias, etc. suele doler. Creo que la sinceridad con una misma es imprescindible para escoger el propio destino.

Se ha encargado usted misma de la traducción de la obra, otros autores optan por dejar las traducciones en manos ajenas. ¿Por qué decidió afrontar esa tarea? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de traducirse a uno mismo?

-Hasta ahora, siempre he optado por la autotraducción, tanto de las obras de poesía como de los trabajos para los más jóvenes. Me resulta un ejercicio formal interesante, cansado pero enriquecedor. Lo más difícil ha sido dar con un vocabulario preciso y variado, y no caer en calcos. La ventaja de traducirse una misma es la libertad que te concedes por ser la autora del texto; la desventaja, que el tiempo que se dedica a ese trabajo es tiempo que se resta a otros proyectos. Aun así, a mí me compensa afectivamente el reescribir mis libros.

¿Cómo se sobrevive a la esquizofrenia de dialogar como escritora una protagonista, a la que encarna la propia autora, y que a su vez dialoga con otro alter ego que vive en el otro lado del papel? Es una situación que va todavía más de allá de un simple Jekyl y Hyde...

-No hay esquizofrenia, ni pociones mágicas, ni metamorfosis? Es simple: hablar de una misma consigo misma, y un poco de imaginación.