Hay algo de afán crepuscular en La entrega. Y lo hay por muchas razones. La más evidente proviene de ese toque de queda arañado por la melancolía de saber que aquí termina la carrera de James Gandolfini, un actor que en sus últimos años de vida pedía un lugar en el Olimpo actoral junto a grandes como Bogart, Mitchum o McQueen. Otra cabe buscarla en su argumento, en ese relevo generacional que relata cómo las cloacas de Brooklyn se han convertido en parte del imperio de los peores náufragos de Chechenia, los nuevos bárbaros que amenazan con acabar con la vechia mafia italoamericana. Luego cabría hablar de esa atmósfera de claroscuros y desolación, o de esos personajes terminales que parecen la réplica en clave barriobajera y polar de los pistoleros de Sin perdón.

En La entrega hay mucho oficio, mucha destreza y una solvencia total, visible en todos y cada uno de sus integrantes. Empezando por Roskam, un cineasta belga que echará profundas raíces en Hollywood. Siguiendo por Lehane, guionista de The Wire y escritor de las historias originales de Mystic River y Shutter Island, y finalizando en un reparto actoral sencillamente excelente. Piezas de lujo para una película que se sabe clásica; solemne en sus silencios, con ecos del Shakespeare de las grandes tragedias en sus venas, con secretos oscuros y venganzas luminosas en sus tripas. Todo para hablar de un grupo de perdedores, de guerreros sin amo ni guerra. Fueron alguna vez perros de presa; ahora se conforman con servir copas y (mal)vivir en paz.

Supervivientes de carne vieja conforman un pequeño desfile de personajes anclados a un pasado de rumores y leyendas; zombies condenados a un no futuro en el que nada les aguarda. Desolador paisaje bien descrito y mejor interpretado. Suficiente para hacer nada más y nada menos que una buena película azul oscuro y negra.