Aquí la música no es un acompañamiento leve, casi imperceptible durante el proceso de creación en el que el escritor está volcado sobre el papel en blanco. Ni mucho menos. Sus sonidos parecen querer escribir, convertirse no en notas sobre un pentagrama sino en palabras que crean versos en vez de acordes. Y así sucede además de manera totalmente consciente y premeditada por parte de Adolfo Marchena en el caso de Musicalidad de los tejados, su nuevo encuentro con el lector.
Disponible tanto para su descarga como para su impresión física a través de Bubok, el libro fue escrito en 2010, tras dos años “de una depresión en la que no sé si estaba saturado de la palabra o qué; sólo leía, libro tras libro, muy encerrado en mí mismo”, hasta que apareció el también escritor Luis Amézaga para “implicarme en la vuelta a la escritura”.
Musicalidad de los tejados se presenta como “un viejo vinilo” escrito a ritmo de jazz, creado mientras en el tocadiscos sonaban sonidos de Art Pepper, Bill Evans, Miles Davis... “He escrito como poseído por el ritmo, como si estuviera poniendo palabras a lo que estaba escuchando” para hablar de la poesía (de su origen y creación), del jazz, de artistas de otras disciplinas como Jackson Pollock... mientras se mira también a la sociedad actual, a esa vida rápida, imprecisa en ocasiones, tal vez con un punto de locura “donde no nos detenemos ya a mirar los pequeños detalles”. Además, entre las páginas se cuela Vitoria, aunque la ciudad no está tan presente como al autor le hubiera gustado.
A mediados de los 80, Marchena publicó su primer relato y a partir de ahí su trayectoria, también durante los años que residió en Plasencia, se ha jalonado de títulos (La reconstrucción de la memoria o La mitad de los cristales, junto al mencionado Amézaga...) así como de una intensa actividad en otras facetas relacionadas con la creación literaria (como la de ser director de la revista Factorum). Un tiempo en el que ha pasado de aprender mecanografía con una vieja Olivetti ha trabajar con una tablet, de escribir sobre el papel a hacerlo en el ordenador, donde “me encuentro más cómodo porque me deja decir más en menos tiempo, no se me apelotonan tanto las ideas”. Todo ello mientras recuerda esa capital alavesa de los 90 en la que El Caruso era punto de encuentro de escritores, pintores, músicos... “aunque ahora me he alejado un tanto de todo eso”.
Los tiempos cambian. La propia publicación de este poemario es un claro ejemplo. “La librería y la biblioteca siguen siendo el templo del libro, pero estamos en una nueva era” y por eso Bubok se ha convertido en un punto de referencia para escritores como él, “que buscamos, ante todo, ser leídos”. En ese caminar ya hay proyectos esperando como el poemario mencionado en el que Gasteiz pide una mayor presencia. O una novela de corte autobiográfico que lleva dos años tomando forma. Sin olvidar su incursión en el género del relato de la mano de autores ya fallecidos.