Creada para publicitar Edimburgo y dirigida para exaltar el sentimiento patriótico escocés, este musical de poco brillo, mucho dulce y escaso interés solo tiene una utilidad. Hacer parecer mejores lo que apenas eran mediocres destellos del agónico género musical. A su lado, Mamma mía parece una cumbre del cine musical, Mouline Rouge un dechado de inventiva y modernidad y Chicago, la excelencia del neoclasicismo contemporáneo.
Comparada con ellas, Amanece en Edimburgo es una minucia, un mal remedo, un engendro edulcorado y sin gracia capaz de conseguir cosas imposibles. Como que el siempre efectivo Peter Mullan roce el ridículo, ofuscado por su patriotismo de falda escocesa y tacañería de chiste. Con las partituras de algunos de los temas de The Proclaimers, los gemelos Charlie y Craig Reid, conocidos por temas como Letter from America, I’m On My Way, 500 Miles... se tejió un musical a usanza de lo hecho con Abba a nivel internacional y con Mecano en la España del declive post-olímpico.
Desconozco si en Escocia ese pop de peluche para adolescencias empeñadas en retrasar la madurez, provoca estremecimientos. Para una audiencia no motivada por la exaltación nacional-escocesa, el trabajo de Dexter Fletcher puede ocasionar una seria irritación. En una cartelera irrelevante, Amanece en Edimburgo ofrece uno de los peores destinos: el aburrimiento. (Casi) nada hay en ella que pueda ser reivindicado como original. Desde el arranque, unos soldados en plena operación militar en la que se presagia la muerte, todo se desarrolla por el camino del plagio y el remedo. Fletcher mira de reojo los musicales de Gene Kelly, rastrea los ecos de West Side Story e imita sin rubor Grease y todo aquello que se le parezca. Cuando se hace visible la tibieza del conflicto y se percibe el olor a plástico y naftalina de su ¿argumento?, solo queda un triste guiño a Escocia, de dudosa sinceridad y ninguna inteligencia.