Fue en 2009. En aquella ocasión era la poesía la que estaba en el primer plano. Desde entonces el escritor, por lo menos de cara al lector, ha estado ausente. No así, ni mucho menos, el editor. Pero Roberto Lastre rompe ahora ese paréntesis con la publicación de su nueva novela Muerto vivace, una propuesta donde el tiempo parece no existir aunque sea protagonista.
En el origen está El cielo pasado, otra novela que lleva seis años cobrando vida “pero que me segregaba mucha información, iba camino de ser infinita; así que empecé a apuntar fragmentos que se me iban ocurriendo”, tomando así forma su actual trabajo, que también tiene una manera de presentarse fraccionada, algo que tiene mucha relación con el contenido de Muerto vivace: cada instante es la eternidad porque el tiempo no existe, los momentos no pasan sino que quedan, permanecen en el espacio.
Con Vitoria como escenario principal y en apenas cuatro horas transcurre un relato que, en realidad, traspasa cuatro generaciones. “Ésta es una ciudad más allá de la apariencia, lo que pasa es que está llena de alaveses, que son olvidadizos”, dice con una sonrisa Lastre. El personaje principal de la novela es Isaac Nantes, profesor universitario de Filosofía, soltero y mujeriego que ha escrito un ensayo titulado La invención de la realidad en el que desmitifica la medida del tiempo. “Nos hemos inventado los calendarios, los horarios... Y pensamos que eso es así, pero el tiempo no se parte, ni se divide, ni se multiplica; quiero hacer ver a través de él que hay muchos conceptos que nos marcan la vida, que nos organizan la existencia y sin embargo son conceptos que nos hemos inventado nosotros, como la propiedad de una vivienda, la institución del matrimonio, la discriminación a la mujer y otros”, describe.
Con grandes dosis de humor y de ironía se va construyendo un entramado en el que la propia muerte es vista también como una convención establecida, reivindicando el protagonista que la inmortalidad es un hecho y que su negación sólo sirve para tener al ser humano con miedo y sujeto a unas maneras de vivir y comportarse.
“A lo largo de la novela se van desmontando conceptos, poniéndose en duda, pero sin que yo quiera demostrar nada”, explica el escritor, al tiempo que apunta que le gustaría que el lector vea en el libro “la posibilidad de ser independiente de la estructura y los significados sociales, además de que mire con esperanza la existencia individual”, sin olvidar el hecho de que “nos demos cuenta de que muchas veces desperdiciamos muchos momentos de la vida cuando en realidad deberíamos aprovechar para conocernos a nosotros mismos”. Al fin y al cabo, lo que se pretende es sembrar la inquietud sobre “qué somos los humanos”.
Las primeras impresiones que Lastre está recibiendo están siendo muy positivas, también en lo que respecta a esa presentación tan fragmentada de los textos. “Estamos en un momento en el que los rodeos no funcionan”, reflexiona Lastre. De todas formas, ahora es el momento del lector, “sabiendo que ésta es una novela que le va a exigir”.
Pero la rueda no para, ni para Arte Activo Ediciones, con la que también ha publicado Muerto vivace, ni para el escritor. El cielo pasado sigue esperando (también con Gasteiz como contexto), aunque parece que tampoco lo tendrá que hacer mucho. “Espero que para el próximo año ...”, aventura el autor sobre este estudio sociológico en forma de novela sobre cómo se comportaría el ser humano si le faltase lo fundamental.