El pasado lunes, desde primeras horas de la mañana el rumrum de que algo importante iba a ocurrir en la política agitaba las redes sociales donde los más lanzados aventuraban que Juan Carlos iba a presentar su renuncia al cargo de rey de España y poner fin a un reinado de casi cuarenta años que vivió situaciones tan convulsas como el intento de golpe de estado de Tejero, el atentado yihadista del 11M o las secuelas sociales de una crisis que sigue azotando con la lacra del paro millonario.

La tensión periodística se disparó cuando sorpresivamente a las 10.30 de la mañana llegó el anuncio por los medios digitales y tradicionales de que el Presidente de Gobierno iba a hacer una declaración institucional de calado. Minutos después, desde Moncloa, Rajoy comunicaba que venía de entrevistarse con el monarca que le había anunciado su abdicación y disposición a seguir las reglas constitucionales para el relevo en la suprema jefatura del Estado.

Y a partir de este hecho informativo, se dispararon los comentarios en Internet y las teles generalistas montaron mesas de debate, de opinión, tertulias a la espera de que se emitiesen la señal institucional de Zarzuela con el mensaje de renuncia de Juan Carlos y que confirmaba lo que había amanecido en las redes digitales.

La sociedad mediática actual impone una dinámica informativa que pasa necesariamente por la televisión, camino compartido con la Red para llegar a audiencias millonarias; y eso ocurrió el pasado martes en el que renuncia, abdicación, fin del reinado no se presentó en el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía popular, sino ante cámaras y micrófonos que construyeron un relato de abdicación mediática singular. La potencia comunicativa de la sociedad de masas en la que nos movemos, obligó a un cambio de escenario, protocolo y modo comunicativo para una noticia histórica cuyo alcance real desconocemos.