HAY pocas películas que se hayan centrado en abismarse en el horror de la retaguardia alemana durante la segunda guerra mundial. Apenas se nos ha mostrado cómo (con)vivió la población civil contraria al nazismo. O cómo fue habitar en la pesadilla del núcleo duro de su cuartel general. Convertidos en los malos de la Historia, el cine rara vez ha podido o querido mostrar esa cicatriz interior, la que sufrió una parte del pueblo alemán que no participaba de esa sed de imperialismo y delirio que Hitler cultivó. Y, no se olvide, cultivó con tanto éxito porque una buena parte de la derecha política del resto de países del mundo, incluidos Francia, Gran Bretaña y EEUU le profesaron verdadera admiración. El tema español, como se sabe, fue incluso más graves: los vencedores del golpe del 36, se manifestaban como colaboradores de ellos.
Construida sobre las directrices de la novela de Markus Zusak, La ladrona de libros adquiere la forma de un relato narrado por la propia muerte. Es ella, la que paso a paso, año a año, va desgranando la historia de una joven acogida por un matrimonio maduro en el comienzo de la guerra. Y esa niña, ubicada en un entorno tradicional en el que los ecos del conflicto y los colmillos del antisemitismo se viven en un estadio de semi-inconsciencia, ejerce el papel de demiurgo de un exorcismo. El de convocar unos fantasmas recreados con una evidente voluntad de rehabilitación. Tanta, que su buenismo desactiva la originalidad de su planteamiento.
Lo que quiere mostrar La ladrona de libros es que entre las gentes sencillas de Alemania había muchos que no se mancharon las manos. Personas íntegras que también sufrieron las consecuencias de un país militarizado, abducido por el culto al líder y el odio al otro. Para ello, Brian Percival ha contado con un grupo de actores tan notable como heterogéneo. Pero si Geoffrey Rush y Emily Watson garantizan capacidad para abordar personajes poliédricos, el guión extraído de la novela, pronto se encarga de negar toda voluntad de ahondar con rigor. Muy lejos del hacer de Louis Malle en Au revoir les enfants (1987), sirva aquel filme para ejemplificar la abismal distancia que separa una obra personal de un trabajo ilustrativo de vocación populista pero de escaso nervio cinematográfico.
Dirección: Brian Percival Guión: Michael Petroni; basado en la novela de Markus Zusak Intérpretes: Geoffrey Rush, Emily Watson, Sophie Nélisse, Ben Schnetzer y Nico Liersch Nacionalidad: Alemania y USA. 2013 Duración: 125 minutos