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LAS listas negras de autores han existido a lo largo de los siglos, en los que libros condenados han ardido en hogueras que encendieron gobernantes, religiones o escritores que dudaron de sus obras, historias que ha recuperado el alemán Werner Fuld en un ensayo. Crónica de la victoria de la palabra. Breve historia de los libros prohibidos, editado por RBA, repasa la historia universal de esos libros que, en algún momento, fueron elegidos para su destrucción. Esta historia de prohibiciones es, según asegura su autor, "la historia de la supervivencia de la memoria humana almacenada en los libros" y por ello dedica un recuerdo a las personas que arriesgaron su vida para salvarlos.
Algunas de estas obras fueron protegidas a pesar de sus propios creadores. Así, como ejemplo de autor "que aspira a su propia aniquilación", Fuld destaca a Frank Kafka, que quiso que se destruyera sin excepción todo lo que había escrito. Y la estadounidense Margaret Michell se encargó de borrar personalmente todas las huellas literarias anteriores a Lo que el viento se llevó.
En la mayoría de los casos lo que lleva a un autor a la destrucción de su obra es la conciencia de su imperfección, explica Fuld, que recuerda cómo Marcel Proust guardó en una sombrerera las mil hojas rotas en las que había escrito Jean Santeuil, descubiertas 30 años después de su muerte.
Y Nabokov pretendía quemar los primeros capítulos de Lolita pero su esposa lo impidió. Nabokov terminó de escribir esta obra maestra de la literatura en 1953, cinco años después de empezar, pero transcurrirían cinco años más para que fuera publicada por una pequeña editorial de libros pornográficos.
Fue el primer libro que, tras Lo que el viento se llevó, vendió más de 100.000 ejemplares en las tres primeras semanas. Prohibido en Inglaterra, en Estados Unidos también provocó mucha indignación. En 1960 la justicia alemana denunció el libro por contenido inmoral y en 1965 ejemplares de Lolita ardieron en una hoguera en Dusseldorf.
Remontándose siglos atrás, se ignora por qué Virgilio mandó quemar la Eneida en su testamento. Sea como fuere, el emperador Augusto lo impidió. Pero fue Augusto quien ordenó la primera quema masiva de libros en Roma: a finales del año 12 a.C. mandó al fuego más de dos mil libros oraculares, una acción sin precedentes en el Imperio. Con estas destrucciones, la autoridad ha aspirado a lo largo de la historia a borrar del mapa los escritos para los que no querían lectores. Así nadie se acordaría de ellos, sostiene Fuld, que rememora en su ensayo la Biblioteca de Alejandría. "Pero la curiosidad y la fascinación por lo prohibido siempre ha burlado todas las medidas disuasorias", escribe el autor alemán, que considera la "madre" de todas las listas negras a la relación de libros prohibidos que la Iglesia católica publicó en 1559 en Roma.
La Inquisición fue maestra en quemas masivas de libros. Con la destrucción de todos aquellos que no coincidieran con el dogma cristiano se seguía un plan para provocar la decadencia intelectual. Ni siquiera la lectura autónoma de la Biblia se veía bien ya que podía inducir a la reflexión personal, asegura.
historia negra El Bibliocausto que tuvo lugar el 10 de mayo 1933 con quemas de libros "antialemanes" en los lugares más destacados de las 22 ciudades universitarias alemanas o cómo Anthony Comstock (1844-1915) inició las hogueras de libros por motivos morales en EE.UU. son otros de los muchos capítulos de la historia negra de la literatura.
En la época del presidente estadounidense Joseph McCarthy se ordenó la destrucción de 30.000 obras de autores procomunistas: entre ellas, obras que 20 años atrás ya habían ardido en hogueras nazis (La montaña mágica de Thomas Mann o La teoría de la relatividad de Albert Einstein, entre otras muchas).
En el Estado español, el dictador Franco quiso que se limpiaran las bibliotecas de los autores "degenerados", entre los que incluyeron clásicos como Immanuel Kant, Stendhal, Johann Goethe, Honoré de Balzac e Hebruj Ibsen. La historia rusa de los libros quemados va de la censura zarista, con cerca de 600 títulos extranjeros prohibidos, a la del régimen soviético, que condenó a Doctor Zhivago de Boris Pasternak, por su espíritu "contrarrevolucionario". Con todos esos antecedentes, Fuld vaticina que los intentos de frenar ciertos libros y contenidos "incómodos" en internet por parte de ciertos países están "condenados al fracaso".