¿Cómo llegó al escenario?

Tenía un hermano que tocaba la guitarra y, claro, por ahí comenzó la cosa. Empecé a tocar un poco yo también y luego me fui al conservatorio cuando estaba en lo alto del Casco para estudiar piano. Estuve como unos tres años pero luego lo dejé hasta que con 16 años me volvieron las ganas, regresé y a partir de ahí, pues dando pasos. Me metí en una orquesta, así que mi primera experiencia con el público fue encima de un remolque (risas). Aquello me llevó a conocer más gente, fui evolucionando y... hasta hoy, como quien dice.

Pero como pasa con mucha gente por aquí, la música no es lo que pone hoy en día la comida caliente sobre la mesa.

Estuve bastantes años viviendo de ello, pero también es cierto que cuando tu afición se convierte en una obligación pierde el romanticismo (risas). Tuve la oportunidad de trabajar en otro sitio en un momento dado y ahora tengo un trabajo que me paga las facturas y luego está la música.

¿Es duro compaginar todo?

A veces sí te genera algo de estrés porque es complicado compaginar determinados momentos. A veces te salen oportunidades de hacer cosas en instantes concretos que puede que se pisen con el terreno laboral, pero bueno. Al final te vas acomodando al contexto.

Para a alguien que no le haya visto con los Freetangas, en Water & Close, Potato...

Bueno, con Potato, después del verano, he hecho una cura de salud porque todo el año anterior he hecho una brutalidad de conciertos. He tenido fines de semana de tocar seis veces en cuatro días, de hacer tripletes en una misma jornada y la verdad es que como experiencia ha estado bien pero ya está. Es que llega un momento en el que, entre trabajar y tocar, estás en un bucle, como un hámster en la rueda que no para de correr. Ahora he dejado Potato y otro grupo de versiones en el que también estaba y me estoy centrando en cosas más creativas como son los Freetangas y el dúo con Marta.

... bueno, con unos o con otros, a lo que iba, ¿cómo describir al Javi Free músico?

Pues intenta meterse siempre en el papel de lo que está haciendo en cada momento. Por ejemplo, con los Freetangas es un tema muy personal en el que reflejo toda mi inestabilidad mental, mis necesidades de hacer brotar la adrenalina, la mala uva... Es una música muy visceral. Entiendo que es una propuesta que tal vez, de buenas a primeras, para alguien normal es un tanto apabullante. La música no la enfoco con un estilo sino que la suelo comparar con estados de ánimo. Los Freetangas son un estado de ánimo en el cual yo me libero. Soy yo mismo con mi cerebro inestable y suelto un tipo de emoción. Sin embargo, con Marta (Water & Close) es una cosa más relajada, sofisticada... estoy más formal. La gente que me ve en un sitio y en el otro, no me relaciona (risas).

Decía que empezó en una orquesta sobre el remolque, donde uno muchas veces no toca ni lo que quiere ni lo que le gusta. ¿Algún mal recuerdo que todavía le ponga la piel de gallina?

Bueno, anécdotas son muchas. Cuando estaba así, tocabas dos horas a la tarde y otras cuatro horas y media o cinco a la noche. Y cuando empieza la noche, todo el mundo está muy cabal, pero según va pasando el tiempo, el personal va mutando y transformándose. Me acuerdo que empezabas tocando para la gente mayor y ya te venía uno para decirte que si ibas a tocar determinado tema, y según pasaba el rato y el tío se iba calentando, volvía una y otra vez, a cada ocasión más enfadado porque le dabas largas, hasta que al final él y cuatro amigos se plantaban y te decían: o tocas este tema o no sales de aquí. O cuando te tiraban morcillas, chorizos... de todo.

Lo decía porque uno puede tocar en ese remolque o, como en el último Jazzaharrean, en plena Cuchillería a ras de suelo o, como hace unos años, en Japón o, como a finales del pasado mes de agosto, en un macro festival como el EnVivo. ¿En todos los sitios es igual?

Más que el hecho del concierto en sí, al final te sueles quedar más con la gente que conoces, con la vivencia del día. Una vez que te subes al escenario, te pones a tocar y yo no diferencio en si hay mucha o poca gente. No me impone el sitio. De todas formas, los mejores recuerdos que tengo de conciertos casi siempre son en sitios pequeñitos.

¿Hay algún espacio en Vitoria que se le haya escapado todavía?

Creo que no (risas). Si hiciésemos como en las películas de asesinos en serie, creo que tendría el mapa de Vitoria lleno de chinchetas.

Es una ciudad con mucha oferta musical a la que no sé si siempre acude la misma gente.

Aquí es un tema más social que otra cosa. Yo he estado tocando con grupos que hacen distintos estilos y se dirigen a diferentes públicos, y, sin embargo, aquí siempre te encuentras a los mismos toques lo que toques. Hombre, supongo que para la gente será entretenido verte un día vestido de manera distinta y ofreciendo otra música, pero al final te encuentras con que los que van a las actuaciones son gente conocida, amigos de amigos, un despistado que pasa por ahí. Vitoria es una ciudad donde hay entre 500 y 1.000 personas que van de conciertos y básicamente es la gente que ves en todos los sitios.

¿Y nos tenemos que alegrar por esas mil o entristecernos porque sólo sea ese número?

Ya te digo que es más una cuestión social, que la gente se junta, te ve un rato y unas veces está más implicada en la actuación y a veces menos. Bueno, y a veces te sorprendes con sitios que no esperabas mucho público y te encuentras con todo lo contrario.

¿Y cómo es usted como público?

Lo que pasa es que como últimamente, como te decía antes, no he parado, la mayor parte de las veces que me apetecía ver algo, yo estaba tocando. Ahora estoy empezando a cambiar el chip, a disfrutar más de los fines de semana y me lo estoy tomando con más calma. Bueno, en realidad ahora tengo otro proyecto que me hace bastante ilusión.

¿Otro más aparte de los Freetangas y de Water & Close?

Sí. Quiero preparar un repertorio con una amiga de Cantabria que toca el ukelele y estamos ilusionados con ello.

O sea que de parar nada.

Es que es parar en el sentido de trabajar menos de mercenario, por así decirlo. Es más hacer cosas propias, centrarse en propuestas más creativas. Es que puede llegar un momento en que esto sea como estar poniendo ladrillos: sacas un repertorio que no es tuyo y tocas, y así una y otra vez. Está bien, disfrutas, conoces gente pero no te sientes del todo identificado con eso porque no aportas casi nada de ti. Por eso quiero centrarme en el disfrute personal, en tocar cosas que me gusten.

Eso sí, casi siempre en directo, ya sea con unas formaciones o con otras, porque no sé si Javi Free es muy amigo de entrar en el estudio.

Hace unos años sí que grababa más cosas, pero de un tiempo a esta parte me gusta más el tema de los conciertos, del directo. La verdad es que conlleva mucho esfuerzo, tiempo e implicación y tampoco es muy proporcional lo que te exige grabar un disco y el resultado. A veces es más satisfactorio preparar unos temas y salir al directo que idear un álbum. Ahora mismo estoy un poco perezoso con eso.

Si se encontrase con ese chico que empezó a dar clases de piano, después de todas las batallas que ha vivido en estos años, ¿qué le diría?

Básicamente que disfrute, que no busque más. En este mundo de la música, lo que al final te quedan son las vivencias que tienes con la gente que conoces y en los sitios que visitas, lugares que, de normal, no hubieras conocido. Es más eso que el hecho de subir al escenario. De hecho, muchas veces disfrutas más tocando en casa o con un amigo que yendo a un sitio a tocar y estén esperándote 2.000 personas.

¿Es la música una compañera de música exigente?

Depende. Para mí, lo importante de la música es el estado de ánimo que me aporta, es la felicidad, la pasión... y el poder expresarme en un lenguaje diferente. Empiezas a ser músico no porque toques mucho sino porque estás poniendo algo de ti ahí, estás diciendo algo de ti con lo que estás tocando. Si reflejas algo de tu personalidad con la música, tengas más o menos técnica, empiezas a ser músico porque estás expresando algo. Si te limitas a tocar cosas de otros o no te implicas emocionalmente con lo que estás haciendo, eso es otra cosa. Cuando escucho música, me suele llegar la que es muy personal sin importarme el estilo.

¿Y cómo es compartir ese camino, ahora por ejemplo, con tres compañeros distintos en tres formaciones diferentes?

Con Violeta, Marta y Mikel es igual. Somos buenos amigos y lo pasamos bien. Mikel es que es como si fuera mi hermano porque llevo tocando con él 20 años. Tengo muchos lazos afectivos con él. Pero con Marta y con Violeta la conexión es muy directa también.

Los planes más inmediatos pasan por...

Este año quiero grabar algo con los Freetangas, y con Marta, vamos con Water & Close, también. Es más que nada para tener algo de material y porque hace tiempo, como te decía antes, que no he entrado al estudio para grabar nada. De cara a los tres proyectos, los planes pasan simplemente por mejorar como músico y disfrutar las vivencias que vayan apareciendo. Disfruto con ello y no espero nada más, no me obsesiona que salga esto o lo otro. Cuando sea mayor me gustaría estar en la esquina de un pub tocando el piano y poco más, con eso sería feliz.

¿Qué es lo mejor y lo peor de estos 20 años de andadura?

Lo mejor, sin duda, la gente que he conocido, las amistades que he hecho y los lugares que he tenido la oportunidad de conocer. Lo peor, en un momento dado, el trato de ciertos sitios, el hecho de que vas a tocar a un determinado espacio y parece que te están haciendo un favor. Y yo no vivo de esto, lo hago porque me gusta y no estoy mendigando que me dejes tocar aquí.

Eso se ha dado siempre, pero en esta crisis es una situación que se ha disparado.

Mira, hace unos años, estaba tocando en otro dúo de piano y voz, e hicimos una barbaridad de conciertos y era porque había venido una pequeña crisis ante la que el sector de la hostelería montaba actuaciones para atraer gente a sus locales. Eso pasa ahora igual porque hay una necesidad de mover a los espectadores. Pero si el día de mañana esos negocios empiezan a funcionar y tienen consumidores cualquier día de la semana, ya te digo yo que lo último que van a hacer es programar un concierto. Todo esto de promocionar la cultura es por necesidad más que por otra cuestión.

¿Es un tema de saber valorar?

Un día, un amigo músico francés me comentó que, claro, en Francia la música se considera cultura y que si vas a un sitio a tocar, el enfoque es completamente diferente. Es un plus para el sitio que haya un concierto y lo organiza por una cuestión de compromiso o de educación cultural. Aquí es al revés. Si hago malabares con mandarinas y meto en un local cien personas, me llamarán a mí primero antes que a un pianista u otro tipo de músico porque la función es llevar gente al lugar para que consuma.

¿Qué es lo más surrealista que le ha pasado por la música?

Hombre, estar tocando 20 y pico conciertos en un mes y no tener ni puñetera idea de dónde estaba. Con la orquesta, claro, te confundías de pueblo al dirigirte a la gente y... (risas).

¿En algún momento de la niñez, un teclista como Javi Free tuvo un casiotone?

No, pero un amigo sí. El PT-1.

¿Si hoy encontrase uno se lo regalaría a algún crío?

Para nada, me lo quedaría yo. Es que el ritmo de bossa nova que tenía... (risas)