es creciente la marea de humanos que en llegando lo que va a llegar dentro de cuatro semanas comience a sentir sudores fríos o calenturas ardientes porque se anuncia la gran pesadilla, la Navidad del consumo desatado, los relumbrantes spots, las manipulaciones del corazón y los sentidos para tocarnos bolsillos, más o menos tibios para picar, gastar y comerciar con lo que los buhoneros de la modernidad nos ofrecen desde gigantescas vallas, rutilantes escaparates y engatusadoras campañas de tele que ha iniciado fuego a discreción para derrumbar economías familiares enflaquecidas y empobrecidas. También son crecientes las consultas a gabinetes de psicólogos de quienes sufren la avalancha y presión social de unas fiestas a las que obligatoriamente debemos sumarnos, compartir y gozarlas so pena de quedar aislados y sometidos a la rechifla del raro heterodoxo que no vive la gran fiesta del año en alegre compañía. La televisión es la gran muñidora de estos climas de compra y consumo desatado a través de una constante emisión de reclamos comerciales que incitan al uso y consumo de los productos anunciados que van minando nuestra resistencia a base de machaqueo, glamour de escenarios maravillosos, ambientes lujosos, trajes maravillosos y bellas mujeres y apolíneos hombres que se muestran como ejemplos de felicidad a compartir en vana mentira de marketing y mercachifleo que se repite año tras año, con mejoradas técnicas de venta capaces de colocar desde un chupa chup a una consola equisnosequé que sumerge al personal en comedia digital con valores de conducta estúpidos y elementales. La narración televisiva se va adornando de mensajes de Navidad que despiertan el apetito comprador en unos, enloquece a otros y a los menos deja indiferentes porque la gran pesadilla de la tele en navidad ha comenzado.