alzuza. Al artista de Bermeo aún le duele la incomprensión, las críticas injustas, la cortedad de miras y la falta de respeto al impulso creador. A principios de los años 50 del siglo pasado, y junto a Jorge Oteiza y Carlos Pascual de Lara, Néstor Basterretxea emprendió un ambicioso proyecto: decorar con sus pinturas la cripta del Santuario de Arantzazu, en Gipuzkoa. Sin embargo, en 1954, el obispo de la provincia, Jaime Font Andreu, ordenó la suspensión de sus trabajos y del de sus compañeros y, un año después, una comisión pontificia reiteró la prohibición. Los famosos apóstoles de Oteiza fueron arrojados a una cuneta, el ábside de Lara quedó inconcluso y los murales de Basterretxea se cubrieron por completo. Ahora, el museo que vela por el legado del artista de Orio en Alzuza recupera parte del trabajo que el creador vizcaíno realizó en aquella ocasión, estableciendo un diálogo a través de la exposición Miradas cruzadas.
Tres dibujos originales del primer intento, y otros tres pertenecientes a 1981, cuando el escultor pudo pintar la cripta definitivamente, además de bocetos, algunas fotos y un reportaje audiovisual que recoge las explicaciones del artista componen esta muestra que permanecerá en la Fundación Museo Jorge Oteiza durante un año. Así lo ha decidido Basterretxea, satisfecho de poder dialogar con los diseños que su amigo y compañero del grupo Gaur y de tantas otras andaduras imaginó para la fachada de la basílica y que también fueron malogrados hasta que las famosas esculturas de los 14 apóstoles regresaron a su lugar en 1969.
seis originales Sin duda, lo sucedido en el santuario marcó a estos artistas y al resto de creadores que participaron en aquella obra, desde los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, hasta los responsables de las puertas, Eduardo Chillida; de las vidrieras, Javier Álvarez de Eulate, y del ábside, que Pascual de Lara no pudo acabar al fallecer en 1958 y que realizó Lucio Muñoz. Sin duda, aquella fue una formidable reunión de artistas, "uno de los hitos más importantes de las vanguardias del siglo XX", a tenor de las palabras del director del museo, Gregorio Díaz Ereño. Un "aventura fantástica" que empezó con ilusión y terminó generando tristeza y decepción en varios de sus participantes. Uno de ellos fue Néstor Basterretxea, que no pudo asistir a la inauguración. A cambio envió a su hijo Gorka, que leyó unas palabras de su padre en las que agradece al museo "el empeño de conocer todo lo que sucedió" y explica que ha cedido en depósito durante un año tres dibujos originales que trazó en los años 50, "y que se ve que están resueltos en función del encargo" que se le hizo, plasmando cuatro temáticas: el pecado, la expiación, el perdón y la gloria. Para ver la evolución entre aquellos bocetos y la que el creador experimentó en las siguientes décadas, también se exhiben otros tres originales de los murales de los 80, más abstractos y simbólicos.
Como apuntó Gorka Basterretxea, en 1981 "ya no había nada de expresionismo" y se aproximó al trabajo "desde los orígenes de la religión, la mitología y el simbolismo", aunque también tuvo algún pequeño encontronazo con la curia. De hecho, el emblemático Cristo rojo "quería haberlo colocado de espaldas, como crítica a las personas", pero "el obispo Setién no le dejó", añadió y reconoce que su padre aún está "dolido" con lo que ocurrió. Así se percibe en la pieza audiovisual corta que se proyecta junto a estas obras y que firman Juan Pablo Huércanos y Luis Azanza. En ella, Basterretxea califica de "increíbles" las acusaciones que le llegaron a él y a sus colegas mientras trabajaban en el santuario y detalla los posteriores informes que tuvieron que enviar para defender sus intenciones. Explicaciones que no sirvieron de nada porque, en su caso, "me dijeron que la estética de los murales era brutalista y nos despacharon de allí". Al poco tiempo, regresé, "bajé a la cripta y lo habían borrado todo", termina.