eNTRE los asuntos de actualidad que pueblan el panorama informativo del arranque de temporada, destaca uno en particular que afecta a la organización del crono. Desde hace tiempo se ha denunciado en diversas instancias que la organización diaria de las horas en el estado español sigue pautas organizativas que poco tienen que ver con hábitos y costumbres de Europa avanzada y de forma manifiesta en los horarios de comidas y cenas. En nuestro caso los ritmos y modos de distribuir las actividades de la jornada llevan un considerable retraso con lo que rige en tierras europeas y que afectan de modo especial al consumo de la televisión que en los países vecinos se organiza de forma adelantada lo que impide que el personal se limpie los dientes y se ponga el pijama a altas horas de la madrugada con la considerable merma del sueño y sus inevitables consecuencias a la hora del rendimiento y productividad en la jornada siguiente. Los programadores de televisión y los analistas de audiencias han definido el prime time como el tiempo de consumo nocturno entre las ocho y media y casi las doce de la noche y en esas franjas horarias se produce la mayor concentración de consumidores porque las cadenas ofrecen sus programas estrella. En estos momentos, se alzan voces que reclaman adelantar el prime time una hora y consecuentemente cerrarlo antes con el fin de evitar los alargamientos de jornada para los televidentes que podrían poner la oreja a planchar más tempranamente. El poder de la tele es tal que puede cambiar ritmos, hábitos y modalidades del comportamiento ciudadano y por ello, adelantar el tiempo considerado prime time revolucionará el negocio televisivo y racionalizará la distribución horaria poniéndonos en estándares modernos de producción que falta hacen en este tránsito caótico de sociedad en crisis.