"Cuando se cumplen 90 años, la sensación es de pena. Pena de estar más cerca de dejar el mundo de los vivos, pero sin miedo a la muerte ni al más allá. No me preocupa la muerte."

Hablamos dos días antes de su 90 cumpleaños, que es el 13 de septiembre. Le recuerdo que cuando tenía 80, me dijo lo mismo: "Pienso en la muerte todos los días, pero no me da miedo, me da pena. Me da pena acabar porque yo estoy muy vivo todavía y eso, por la lógica de los números, no durará demasiado. Estoy bien y vivo, y me encuentro feliz en el mundo". Lo corrobora y añade: "Ahora más pena que a los 80. Y la pena de que dejaré aquí mucho dolor".

¿La salud? "Se aguanta." Ni una queja. ¿Y las caminatas? "Estoy bien excepto en las piernas, un poco flojas. Pero sigo con mis paseos diarios de hora y media por La Galea. Con bastón y con cuidado para guardar el equilibrio." Décadas paseando ante los acantilados de Getxo, que son los de sus novelas.

"Es mi último gran resuello. Ahora, ¿qué va a ser de mí?", dijo hace 11 años al terminar, después de 22 años, los 3.500 folios de la novela Verdes valles, colinas rojas. Dos años más tarde, en 2004, publicó en Tusquets el primero de los tres gruesos tomos en que se dividió la novela. "Verdes valles ha sido una obsesión. Pasaban años y no la acababa. Creí que nunca la acabaría, que acabaría conmigo. Pero yo acabé con ella." Para él, "escribir no es talento. Es paciencia y tozudez".

"La semilla, el huevo" de Verdes valles, que incluye la saga de los Baskardo, apareció por primera vez con la publicación en 1975 de ¡Recuerda, oh, recuerda! Una mitología novelesca ubicada en Getxo (Bizkaia) como origen de la vida sobre la Tierra: 48 bichitos verdes que salieron del mar en la playa de Arrigunaga en un acto de libertad suprema. "Una representación del paso del hombre sobre la Tierra. No del vasco: del hombre. Le llamo vasco porque estoy aquí. Si hubiera estado en Groenlandia, serían esquimales."

En Me llaman salmón (su último cuento, publicado en prensa este julio), su Getxo mítico, bíblico y legendario persiste como en casi toda su obra. Sus lugares pertenecen al Getxo real; hay excursiones organizadas que muestran los parajes que aparecen en sus libros.

En ese cuento, vuelve al tema del ayuntamiento de "parejas de humanos en el torbellino de la gran pleamar" de la playa de Arrigunaga. Retorna a "aquel Getxo de los orígenes", el de esos "Baskardo que combatían con saña los nuevos inventos que corrompían al mundo" y "que eran la apoteosis de la libertad". Vuelve a ¡Recuerda, oh, recuerda!, a la semilla, al huevo. Cuando hace 10 años le pregunté si, cuando se sintiera morir, pediría que lo llevaran a la playa de Arrigunaga, la de su infancia y su imaginación novelesca, dijo: "Diré a los míos que no esparzan mi semilla ni por la playa ni por el mar. Incinerado y fuera. Ni urna. Al vertedero de cenizas". ¿Esparcir su semilla? 'Semilla' en vez de 'ceniza': el principio y el fin que se dan la mano.

En 1960 había ganado el premio Nadal por la novela Las ciegas hormigas (también Premio de la Crítica) y en 1971 había sido finalista del Planeta con Seno.

Con Verdes valles recobró el reconocimiento y la difusión de su obra tras un olvido y ninguneo de 30 años. A esta novela se le concedieron el premio Euskadi, el premio de la Crítica y el premio Nacional de Narrativa. Quizá ningún premio alcance al primero: lo ganó a los 19 años en un concurso radiofónico. Se pedía un perfil de 15 líneas de personajes de Lo que el viento se llevó. Presentó tres. Le premiaron el de Escarlata O'Hara. Le dieron un vale para unos zapatos, que regaló a su madre: "Los suyos estaban más viejos". 60 años después, poco antes de la publicación de Verdes Valles, dijo: "Ahora sé por quién he escrito siempre: por mi madre".

Después de Verdes Valles, además de reediciones de obras anteriores agotadas, ha publicado cuatro novelas más: dos de ellas inician la serie policiaca del librero-detective de Getxo Samuel Esparta. A esta serie pertenece la novela que está corrigiendo ahora, cuyo título provisional es Cadáveres en la playa. En la playa de Arrigunaga, por supuesto. Y ya tiene tema para la siguiente novela, que no será de esta serie. "Sigo escribiendo igual que antes, no, mejor que a los 30, con más seguridad en el lenguaje, mayor fe en mí mismo y no menos imaginación."

Y continúa con su taller de escritura desde 1978. Todos los lunes, salvo en verano, de 8 a 10 de la noche. Dando a otros escritores lo que él no recibió: un espacio en que mostrar lo que uno escribe, escuchando el eco que producen las palabras.