LA señora alcaldesa torció el gesto, el presidente olímpico comenzó a gemir como Magdalena y el presidente silbaba para sus adentros pidiendo que el cáliz pasara veloz que tenía importantes asuntos pendientes. Y todo ello delante de cientos de cámaras de tele, micrófonos de radios y plumillas de medios impresos y digitales que registraron las imágenes esclarecedoras de niños como juguetes rotos por la animadversión y malaje de los miembros del COI que nos odian y por ello dieron a la candidatura nipona la posibilidad de enmendar Fukushima y celebrar los Juegos Olímpicos en 2020 y dejaron compuestos y sin novio a los miembros de la delegación hispana que no acababan de creérselo y se desparramaban por los salones del porteño hotel de lujo en busca de consuelo y compasión. Y es que se lo tenían bien merecido por crear en diez días una pavorosa campaña en los medios agitando y calentando la opinión pública en el sentido de candidatura triunfal, éxito y a Buenos Aires se desplazó hasta el cocinero de La Zarzuela, convencidos los gerifaltes de la operación que el oso estaba cazado, cuando en realidad ni habían entrado en el bosque. Miles de spots en las televisiones, todas, cientos de lavados de coco a través de opiniones de todo quisque en las cadenas radiofónicas predispusieron al personal a celebrar en la noche del pasado sábado un triunfo al estilo imperial que lo de Gibraltar había enardecido los ánimos patrioteros. Fiestas, verbenas, globos, camisetas, insignias y demás aditamentos de acción propagandística se pusieron en marcha para terminar en un monumental trompazo olímpico que ha provocado resaca mental y emocional de órdago. Un ejercicio de acción mediática, dando por supuesto lo que no está asegurado. Una vez más la manipulación de los sentimientos aboca a una frustración colectiva que se disolverá en el tiempo.