bilbao. Yo soy Don Quijote levanta hoy el telón en el Palacio Euskalduna de Bilbao. José Sacristán (Chinchón, 1937) se siente más cerca de Sancho Panza pero aspira a ser el hidalgo. Tiene 76 años y renuncia a calificar a los políticos de hoy en día; no cree que deban de adoptar a la figura del protagonista de Cervantes y, mucho menos, confundir molinos con gigantes.
¿Tanto hacer de Don Quijote le hace sentir un poco ‘Quijote’?
Siempre digo que vengo de Sancho. No me desprecio por decir que vengo de labradores; mi origen es sanchopancesco, soy Don Quijote por aspiración. Ahí estoy, intentando alcanzar ese punto en el que este hombre tira hacia delante con lo que sea para defender lo justo.
Tenemos, supongo que mala, costumbre de llamar a alguien Don Quijote en plan despectivo.
Es una pésima manera de entender la figura de Don Quijote. Es el hombre que se la juega con tal de ayudar al que lo necesita. Creo que en esta tarea cumple una labor también su escudero; ambos son perfectamente complementarios. No dice nada bueno de nosotros el que le consideremos “ese loco rematado que no hace más que disparates”.
¿Cree que podríamos buscar la figura del Don Quijote de Cervantes en alguno de los políticos de hoy en día?
El responsable político no puede correr el riesgo de confundir los molinos con gigantes.
¿Qué confunden ahora?
Se confunden ellos mismos. Han perdido el norte moral, el norte ideológico. Sobre todo la izquierda, el perfil de la izquierda no es que sea bajo, es que es lamentable.
¿Y el perfil de la derecha?
A mi la derecha no me merece ningún comentario.
¿La derecha está haciendo lo que siempre ha hecho?
Claro, ya sé cómo son y no me merecen ningún comentario. La derecha siempre corre la corriente de la historia a su favor. El duelo estrepitoso de la impunidad con la que se mueve la derecha es porque sabe que no tiene enemigos, no tiene contrincantes, no tiene nadie que le salga al paso. No estaría nada mal que hubiera aspiraciones un poco más nobles de las que señalan a los políticos de ahora.
No me interprete mal, pero lleva 76 años y al pie del cañón en teatro, en televisión y en cine. ¿No está cansado?
No, y tampoco interpreto mal nada, tengo esa edad. Pero verás, el crío de Chinchón que quería dedicarse a esto, está cada día más contento y yo me pongo delante de una cámara contando con el crío que fui. Esto para mí es un juego por encima de todo. Es un juego en el que por encima de todo hay que conocer las reglas y hay que respetarlas; hay que estar al loro.
Es que usted no para.
Acabo de terminar dos películas, estoy con una serie, la obra de teatro que estrenamos en el Euskalduna, Yo soy Don Quijote de La Mancha, y un recital de poemas de Machado. Lógicamente los años pesan, pero estoy encantado. El día que yo note que la memoria no funciona o que los remos ya no dan más de sí, me apartaré, no me gustaría montar ningún tipo de espectáculo.
Tiene que reconocer que Don Quijote le hizo en su día dejar de fumar.
Exacto, cuando me ofrecieron El hombre de La Mancha me dijeron que lo cantaría un día o dos pero más no, y dejé esa estupidez del vicio de fumar.
¿Recomienda que se lea ‘El Quijote’ para dejar de fumar?
Ja, ja, ja... Por lo menos eso. Yo recomendaría la lectura del Quijote por muchos motivos.
Muchos le dirán que es una lata, un texto pesado...
Todo lo contrario: es un libro muy ameno, es un privilegio leer este libro de Cervantes.
¿Puede resultar pesado porque hemos perdido la pasión por el lenguaje y nos resulta dificultoso? ¿Quizá sea porque utilizamos un vocabulario más reducido?
Esto ocurre desde hace tiempo. Lo vengo oyendo desde que era crío. Yo debía de tener siete u ocho años cuando aquellos viejecitos maestros que me daban clase nos hacían leer pasajes del Quijote todos los días. El atropello al lenguaje se viene dando ahora, sobre todo con esas claves, a través de esas chorradas...
¿Se refiere a los mensajes a través del ‘WhatsApp’ y los SMS?
Eso, esas chorradas. El ataque al lenguaje es una cosa estrepitosa.
Así que lleva ligado al personaje de Cervantes casi setenta años.
Sí, claro. La verdad es que esos viejitos que me enseñaron me hicieron un gran favor.
Pertenece a una generación de actores que ha sido encasillada, también de forma peyorativa, como cine español. ¿Se arrepiente de alguna de sus películas?
No, no... en absoluto. No soy idiota, entiendo de cine y, lógicamente, como espectador unas películas me gustan más y otras menos o nada. No me arrepiento en absoluto y sigo estando agradecido y orgulloso de las personas que un día confiaron en mí, me dieron trabajo y me dieron para dar de comer a mi familia y aprender lo poco o mucho que sé. Si me avergonzase, sería un miserable.
Una época, la suya, en la que todavía impera la dictadura.
Después de muerto Franco todavía coleaba la dictadura, pero ahí nos fuimos colando en esas películas todos y cada uno de nosotros.
¿Qué hubiera sido de no dedicarse a la interpretación? ¿Labrador?
Mi padre me lo decía muchas veces; si Franco no hubiera ganado la guerra, quizá yo no hubiera salido de Chinchón.
Curioso, ¿no le parece?
Salí de Chinchón porque a mi padre lo encarcelaron y al salir de la cárcel lo desterraron del pueblo y nos tuvimos que ir a Madrid; si no, vaya usted a saber... En los años 40, Chinchón era como el planeta Marte respecto a Madrid, tardabas cinco horas desde Madrid a Chinchón en el tren de Arganda.
Castilla dura de Machado y Unamuno.
Me reconozco en esa Castilla en la que Machado dice: “No fue por estas tierras el bíblico jardín/Son campos para el águila/un trozo de planeta por el que cruza errante la sombra de Caín”. Esa es mi Castilla, son mis raíces, en lo bueno y en lo malo.