Pinturas y dibujos plagados de geometrías, paisajes y perfiles difusos; pintados sobre tablas de madera, sobre lienzos o sobre papel. No importa, todos sus trabajos tienen un denominador común: la presencia poderosa del color. Marta Cárdenas estampa su carácter en todo lo que crea. "Soy positiva, luchadora y crítica con lo que me rodea, y eso me mantiene en forma, claro", admite entre carcajadas la artista vasca.
¿Cuándo se apoderó de usted ese 'alien' que lleva dentro, el de la pintura?
A los 14 años. Estaba en el colegio, me sentía sola, no tenía amigas, con las monjas me llevaba fatal, y me puse a escribir y a pintar... Y me entró una furia que aún no se me ha quitado, ¡por fortuna! (risas). A partir de ahí empecé a pintar cada día. Me levantaba temprano, hacia las seis o seis y media. Recuerdo que en mi último año de Bachiller, en primavera, me iba a Ulia o al Puente de Hierro, a la playa, al muelle... Y allí pintaba acuarelas y luego me iba al colegio contenta.
El arte como terapia.
Sin duda. Me ha ayudado a sobrellevar muchas cosas. En algunas situaciones es necesaria una energía suplementaria, esa energía tiene que estar siempre viva para poder seguir adelante y a mí lo que me da energía es la pintura. Me mantiene equilibrada. De todos modos, no vengo de la nada. En mi casa había mucho gusto por la pintura. Tíos míos pintaban, mi abuelo era arquitecto y un buen acuarelista...
Su trayectoria parece definida, y también los momentos que marcaron un hito en su carrera, ¿no?
Para mí, un momento clave fue el redescubrimiento del paisaje. Tuve una operación muy seria y me apetecía pintar paisajes. Cambiaron mis criterios, sobre todo los artísticos.
Y el viaje a París.
Sí. Estuve un año entero en París, con una beca y después de terminar la carrera. Museos, teatros, libros, cineclubs, amigos de todas las nacionalidades... Aquello fue maravilloso. Pero también me marcó mucho un viaje que hicimos a la India en 1997, donde me empapé de los olores y colores de otro mundo. Eso afectó a mi pintura de un modo definitivo y me zambullí en el color.
¿Le inspira el color?
Los europeos somos apagaditos, no hay más que mirar la ropa que usamos, la actitud que tenemos ante los demás... Y yo necesito color, a todos nos viene bien un poco de color, ¿no?
¿Cómo activa usted el don de la creatividad?
Lo llevo activado en todo momento. Desde 1983 llevo rellenados como unos 400 cuadernos. Son diarios, apuntes, reflexiones, cuento lo que me pasa o lo que descubro. Y esos apuntes luego se convierten en obras de arte o no.
No para. ¿Cuál es su alimento artístico?
Tengo muchísimos cuadernos, de todos los tamaños, y llevo una cajita de pinturas siempre conmigo. Además, estoy inscrita a muchas revistas de arqueología, de arte... Me gusta la prehistoria -el Neolítico- y de ahí saco muchas ideas.
Muchas de sus pinturas parecen intuitivas. Me refiero al resultado.
La intuición es importante, tanto como la libertad para crear, pero hay que ser disciplinado. Y para que la libertad tenga un resultado positivo, tienes que conseguir que tu inconsciente esté vivo. La tranquilidad también es importante, al menos para mí. Y luego, puedes pintar mucho -yo lo hago-, pero también descartas mucho. Es muy fácil equivocarse pintando y pensar que lo que estás haciendo es maravilloso. Y nunca renuncio a caminos desconocidos.
Hablando de caminos desconocidos, acaba usted de ilustrar la última edición de 'Obabakoak' para Erein. ¿Le ha gustado la experiencia?
Sí, me ha sorprendido y ha sido una experiencia preciosa, porque he descubierto que me estimula muchísimo hacer ilustración; ahora solo falta que me llamen desde las editoriales.
En primavera ha expuesto en Donostia, en la galería Ekain. ¿Cómo ha sido el regreso a su ciudad natal?
Maravilloso. La prensa me trató bien, las críticas han sido buenísimas, pero de vender... poquísimo.
Un virus que se extiende.
Los artistas estamos notando mucho la crisis económica. Sigue habiendo gente con dinero a paladas, eso es indudable, pero lo guardan fuera. Desde luego no lo están invirtiendo en arte, a no ser que sea un Tàpies o un Picasso.
¿Y en qué se apoyan los artistas en estos momentos tan duros?
Ahora nos refugiamos en talleres, en trabajos para editoriales, etc.. Mi marido también está renqueando. A Pablo le ha ido muy bien toda la vida, ha tenido encargos de todas partes, pero ahora los encargados se han acabado. No importa. Resistimos, renqueando pero resistimos.
Parece que el año que viene regresa a Donostia, ¿no?
Tengo proyectada una exposición en la Sala Kubo, pero la fecha no está cerrada. Puede ser para 2014 o para 2015. Presentamos el proyecto a finales de verano y a partir de ahí ellos decidirán.