VITORIA. En noviembre cumplirá 73 años, pero observar el tintineo constante y vigoroso de sus ojos es un ejercicio hipnótico: ahí reside un volcán en erupción. Orgullosa de su apellido (es hija de Bernardo Estornés, impulsor de la Editorial Auñamendi) y cansada de las luchas cainitas del pasado, esta donostiarra nacida en Chile echa de menos "la fe enorme que teníamos en el futuro". En su último trabajo habla, sobre todo, de los 60, 70 y 80, décadas marcadas por la pasión y las reivindicaciones de toda índole, y estima que es difícil encontrar ese ardor entre los jóvenes del siglo XXI: "No, no tienen esa fe, pero porque se la están quitando". Idoia Estornés no se muerde la lengua ni por accidente.

Este último libro suyo no es inofensivo. 'Cómo pudo pasarnos esto' está provocando muchos comentarios.

Y no me lo esperaba. El libro describe la turbulenta riada que, gestada en los 60, desemboca en nuestros días. Mira, a principios de julio tuve una charla con lectores en Donostia, y fue como un brain-storming, una tormenta cerebral...

¿Y cuál está siendo el veredicto de sus lectores?

He tenido que escuchar de todo, comentarios, aclaraciones, gente que me cuenta cómo se ha emocionado, personas que han revivido cosas enterradas, que se han sentido removidas... En el encuentro de Donostia, por ejemplo, alguno me reprochó cierta indulgencia hacia la primera ETA, otros que les ha hecho sufrir mi visión de algunas cosas... Y luego surgió el gran tema: el silencio, el miedo, la segunda dictadura que ha vivido Vasconia tras la muerte del dictador, cuando ETA juzgó que aquí no debía de arraigar un sistema democrático a la occidental sino a la manera suya. Me dejó sobrecogida que, en medio del debate que se organizó, un compañero de generación soltara que sentía hambre de hablar. El libro ha suscitado eso. La gente me ha dicho que hablo con sinceridad y eso se debe a que me siento muy libre ahora.

Para elaborar el libro ha realizado 58 entrevistas. ¿No se fiaba de su memoria?

La memoria miente. Por ejemplo, yo siempre he pensado que había sido muy rebelde, pero luego resulta que no lo fui tanto. He hecho muchas entrevistas porque estaban sometidas al mismo proceso de desmitificación que mis propios recuerdos. Acabada mi confesión y las entrevistas, lo que he hecho es cimentar... o demoler. He entrevistado a aquellas personas que sabía que me iban a dar materia y que no tuvieran que impostarse. Inmigrantes de los 70, profesores, mineros, gente que fue a Nicaragua a ayudar, compañeros de estudios... En Internet he podido encontrar a dos personas chilenas que fueron al colegio conmigo, y me dijeron una cosa que me dejó pasmada: yo pensaba que llegué acá absolutamente chilena, y ellos me dijeron que yo era supernacionalista vasca. Al parecer, les repetía las historias que contaba mi padre. ¡Y yo que pensaba que me había hecho nacionalista en los años sesenta!

Un trabajo arduo.

Sí, ha sido una especie de psicoanálisis (risas).

La primera parte es la más literaria.

Claro, es el embellecimiento de la niñez. Embelleces los recuerdos. Además, pensé que podía ser de interés para los vascos de aquí ver cómo se vivió la extraterritorialidad en América. Relato mi niñez y mi adolescencia en Chile, felices, sintiéndome muy chilena.

Y acaba el relato antes de la declaración de cese de ETA, en 2011.

Yo escribí todo antes, indignada, y me alegro. No toqué apenas nada luego. Lo que viene después es otra historia. La gente quiere hablar, contar su pequeña odisea, su experiencia, antes de que nadie efectúe una u otra síntesis generalizadora por ella. Uno que escribió antes fue Saizarbitoria. Su Martutene también es una gran novela, una reflexión de años sobre la actual sociedad vasca, la sedimentación de tanta vergüenza y silencio, un testimonio histórico-literario como Paz en la guerra (Unamuno) o el Criadas y señoras de Stockett. Una obra de madurez.

Entre una multitud de episodios curiosos, usted vivió de cerca la gestación de la Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco. ¿Cómo arrancó aquella gesta?

En un piso. Hoy en día resulta inimaginable el hacer una enciclopedia sin medios cibernéticos, pero desde el principio (comienza a publicarse en 1969) se hizo a base de ficheros de papel. Mi padre contrató a un montón de mecanógrafas, tenía una inmensa biblioteca que trajo de Chile y cogía los libros, iba al índice y allí subrayaba frases para que las mecanógrafas las apuntaran. Así se ha funcionado hasta hace poco.

¿Trabajaron sin ordenadores?

A los primeros ordenadores los llamábamos lavadoras, y se utilizaron para la administración, no para la edición de textos. Para la enciclopedia se utilizó papel. Se acabó en 2005 y yo estuve hasta el 2006. Nunca hubiéramos pensado que iba a durar tanto, pero conforme avanzábamos iban surgiendo personajes nuevos, veíamos que se podía hacer mejor.

¿Y cómo se sostuvo tamaña empresa?

La sostuvieron los fidelísimos subscriptores. Y tuvo bastantes, no solo nacionalistas. Hubo de todo.

También tuvieron problemas con la censura franquista, ¿no?

Cuando salió el primer volumen resulta que Censura dijo que había que cambiar varias páginas. Y había que mandar los volúmenes compuestos, es decir, había que enviar a Censura lo que iba a salir tal cual. Imagínate cuando nos dijeron que había que cambiar todo aquello. Componer todo salía carísimo y a mi padre se le ocurrió poner una plancha dorada metálica encima de los párrafos censurados; pero la gente sabía perfectamente que al trasluz se podía leer todo. A los de la censura ni se les ocurrió (risas). Era una censura muy idiota. En los 40 sí, era eficaz, pero luego degeneraron.

También tuvo opción de conocer de cerca a personajes como Oteiza o Chillida. ¿Qué recuerdos guarda de aquellos artistas?

Oteiza era interesante, un seductor nato. Acertó con su momento, porque llegó aquí después de haber pasado la guerra y parte de la posguerra fuera, cuando nos aburríamos a morir. Fue un revulsivo pero tenía mucho cuento, sacaba los conejos de la chistera. A mi padre y a mi tío Mariano les hacía mucha gracia y le respetaban, pero lo mejor de Oteiza es que generó olas. Y Chillida era un caballero, siempre dispuesto a echar una mano, siempre contra la acción violenta. En cuanto a ética se refiere diría que Oteiza era un irresponsable y Chillida todo lo contrario. Yo fui con Chillida a legalizar las gestoras pro amnistía, creo que era el año 1976; entonces se llamaba Comisión de Gestoras. Sabíamos que nos iban a fichar y aún así Eduardo nos dijo que sí a la primera.

¿Qué echas de menos del siglo XX y qué no?

Echo de menos, además de mis 20 añitos, la fe que teníamos en el futuro. Pero no guardo buen recuerdo del ambiente de ninguneo al que nos vimos sometidos los que no pensábamos como había que pensar. Y no me refiero solo al franquismo.