Dirección: Ulrich Seidl Guión: Ulrich Seidl, Veronika Franz Intérpretes: Maria Hofstätter, Margarete Tiesel, Inge Maux, Peter Kazungu, Gabriel Mwarua, Carlos Mkutano Nacionalidad: Austria-Alemania-Francia. 2013 Duración: 120 minutos
Ulrich Seidl ha decidido levantar un fresco terrible y desasosegante sobre la Europa actual. El objeto/sujeto a diseccionar con su escalpelo pertenece a la clase media de esa Europa del bienestar económico que, aparentemente, goza de buena salud en su tierra natal, Austria. Para hablar del desbrujulamiento vienés, de la zozobra del país de Freud, Lang, Strauss y María Antonieta, Seidl suele recurrir al otro, al vecino de al lado, al emigrante maniatado o, en este caso, al habitante del Tercer Mundo. Esa comparación, ese proceder dialéctico tan querido por el viejo marxismo le sirve para subrayar lo que le interesa: mostrar la ruina moral del hombre europeo contemporáneo.
De ahí que, como acontece con otro cineasta de la perversidad y el crepúsculo, Michael Haneke, las películas de Seidl resulten tan insoportables para algunos espectadores como inolvidables y necesarias para otros. Pero vayamos por partes. Del cine de Ulrich Seidl aquí se sabía poco y no se había visto prácticamente nada. No fue suficiente con que el festival de Gijón le dedicase una detallada retrospectiva a su obra, la mayor parte dentro del formato documental. La explicitud genital, que no erótica, de su cine de ficción, y la crueldad de su testimonio, desanimaba a los distribuidores. Que ahora Golem estrene de manera consecutiva y a lo largo de tres semanas, tres largometrajes de Seidl parece un sueño imposible y es un acto de coherencia profesional. Porque entre otras cosas, estamos ante tres largometrajes que podían/debían haber sido una única obra. De hecho, esta trilogía que inaugura Amor está atravesada por el denominador de la relación de las tres mujeres protagonistas: dos hermanas y la hija de una de ellas. Los tres filmes detallan un alto en la vida cotidiana de las tres y su búsqueda de esa felicidad que compense una existencia frustrada. Seidl repite en todas ellas, como un mantra sin emoción, que el paraíso que hemos creado se parece mucho al averno.
En esta primera entrega, para subrayar esa desolación del presente, Amor habla de la soledad y del sexo. El filme se abre en una pista de autos de choque, una representación extrema en la que vemos a un grupo de personas con minusvalías psíquicas dando tumbos y recibiendo golpes en los cochecitos de feria. Pero ellos no son los protagonistas de este relato, sino su cuidadora, una mujer de mediana edad y evidente sobrepeso que decide viajar a Kenia para saborear las delicias del turismo sexual.
Seidl, conserva de su origen en el cine de no ficción, un libro de estilo que le lleva mezclar lo real con lo recreado, a no partir de un guión cerrado y a enrolar actores profesionales con gentes que hacen de sí mismas. Eso acontece en Amor, donde la presencia de Margarethe Tiesel resulta ejemplar. Ella confiere verdad y escozor a un tema que Cantet rozó con exquisita sordina en Vers le Sud (2005). El estilo de Seidl no busca sutileza y no desaprovecha ninguna ocasión para violentar, para pulsar las contradicciones íntimas de su hipotético espectador. Aquí, articulado por el contrapunto de composiciones de siniestra simetría, ahonda en la trata de negros a cargo de mujeres blancas cuyo dinero les da lo que la naturaleza no les presta: amor. El resultado, provoca escalofríos y bucea en una explicitud sexual que, lejos de incidir en la pornografía, va más allá: radiografía la miseria.