Vitoria. Cuarta cita en Mendizorroza la que se vivió el viernes por la noche con un polideportivo con algo más de media entrada y un calor asfixiante por momentos. El día, como ya relató ayer este periódico, no podía haber comenzado de mejor manera con el concierto que en el Principal habían ofrecido por la tarde Francesco Tristano, Bachar Khalifé y Pascal Schumacher, así que viendo el cartel del pabellón todo hacía presagiar que se podía generar la tormenta perfecta (en lo musical, claro). Y Tom Harrell y Branford Marsalis pusieron todo lo que tenían para que así fuera regalando a los que vivieron las tres citas una jornada para recordar.

En el instante en que la lluvia paró en el exterior fueron Harrell y su quinteto los que tomaron posesión de las tablas. El trompeta y su grupo abrieron el tarro de las esencias para ir dándose el relevo en una sucesión de solos y temas que se hizo con criterio, calidad, sentido y energía. La alargada y delgada figura del músico de Illinois supo intervenir con la elegancia que le caracteriza pero también dejar que sus compañeros de directo aportasen lo suyo, destacando la furia de Wayne Escoffery al saxo.

Aunque Harrell es un músico de sobra conocido, todavía a algunos en el polideportivo les sorprendió su manera de estar quieto y su andar titubeante. Tocó, por tanto, explicar una vez más que vive desde hace años con la esquizofrenia, aunque parece que la enfermedad desaparece cada vez que se lleva la trompeta a los labios. Tanto él como sus acompañantes demostraron clase y saber hacer a lo largo de la hora y cuarto que duró una actuación que concluyó sin bis.

Dos anécdotas para terminar. La primera, que a los pocos segundos de acabar, Harrell (bueno, su mujer) colgó en su perfil de Facebook varias fotos junto a Branford Marsalis hablando y riendo en los vestuarios de Mendizorroza. La segunda, que el músico, a pesar del cansancio y de lo que rodea a su persona, se tomó su tiempo en el exterior del polideportivo para firmarle a una joven estudiante de trompeta el estuche de su instrumento.

Después del rápido cambio de escenario, fue el turno para Branford Marsalis y su cuarteto. Y el de Luisiana decidió subir más el listón de la jornada para seguir demostrando que no se le califica como el mejor saxo soprano del mundo por casualidad. Además lo hizo con un acompañamiento que es toda una joya empezando por el pianista Joey Calderazzo y siguiendo por el contrabajista Eric Revis y el batería Justin Faulkner (los tres estuvieron unos minutos viendo a Harrell a su llegada al pabellón).

En este caso, la actuación también fue corta. Pero como sucedió con el trompeta, eso no fue un problema. Todo lo contrario. Ya se sabe que lo breve, si bueno... Marsalis hizo, literalmente, lo que quiso, y aunque a estas alturas y con la de visitas que ha hecho a Euskadi (en el caso de Gasteiz, la última fue hace 9 años) puede que alguno piense que ya no tiene capacidad de sorprender al público, el saxofonista se metió en el bolsillo el concierto desde el primer segundo.

Cómodo en su silla especial, Branford dejó que sus tres compañeros también se repartiesen el protagonismo, sobre todo en el caso de un Calderazzo que se dejó hasta la última gota de sudor.

Como colofón, y dentro de un listado de canciones corto pero muy bien pensado e hilvanado, Marsalis y los suyos tuvieron el gran acierto de terminar el recital, a modo de bis, con St. James Infirmary. Tradición y actualidad juntos.

En definitiva, una jornada de esas en las que los músicos parecen confabularse para decir: ahí queda eso. Cuando las cosas se hacen bien sólo puede pasar una cosa.