Vitoria. Primer concierto en el Principal. Sobre el escenario Javier Colina y Kirk Lightsey interpretan un tema del primero. En los asientos de preferente, un espectador sigue el ritmo de forma perfectamente audible por los que están cerca hasta que la persona que tiene frente a él se gira y le pide que pare. "Esto no es un concierto de música clásica, joder", dice el aludido.
Cualquier concierto es un mundo y más cuando del público se trata, pero en un festival lo que se genera es un ecosistema diferente. El de Gasteiz, por supuesto, no es una excepción tanto en las sedes oficiales como en la gran cantidad de bares y pubs que a lo largo de estos días programan actuaciones. En estos últimos, además, las situaciones cambian mucho dependiendo de los horarios.
Lo que sí se está convirtiendo en una costumbre más que extendida en cualquier lugar es la irrupción cada vez con más fuerza de las nuevas tecnologías. Móviles y, en menos medida, tablets iluminan sus pantallas ya sea en el teatro, Mendizorroza o en otros escenarios, lo que lleva a preguntarse en no pocos momentos si hay algunos más preocupados en hacer fotos y realizar vídeos para colgarlos de manera inmediata en las redes sociales que en escuchar y disfrutar de lo que está sucediendo ante ellos. Todo tiene su momento y su lugar, aunque en esta edición se ha generalizado tanto el uso de estos dispositivos que en ocasiones puede resultar incluso molesto.
Algunos usos y costumbres cambian. De eso no hay duda. Es el ritmo de los tiempos. Pero hay ritos en este festival que parecen inmutables, muchos de ellos referidos a lo que sucede en el polideportivo. El ir y venir, la búsqueda de un asiento, la supervivencia cuando hace calor, la complicada decisión sobre una limitada y cara oferta gastronómica, el fumadero exterior que se monta en cada descanso... La vida interior de Mendizorroza da para mucho, sobre todo en jornadas como las de hoy cuando se sabe desde hace tiempo que está todo vendido y que, por lo tanto, es mejor armarse de paciencia. Son muchas las caras habituales de año a año y en espacios como la zona de abonos no numerados se crea un clima especial, distinto, cercano, aunque en esta edición hay que decir que se está mostrando menos entusiasta que en las últimas.
Tampoco cambia, como sucedió el miércoles, ese goteo incesante de gente que según va pasando la noche se marcha del polideportivo entre tema y tema, generando una imagen muy poco gratificante para el músico, una especie de penitencia que nunca se acaba sin entender muy bien la razón por la que el público al que no le gusta lo que está viendo o tiene prisa ya que al día siguiente hay que trabajar no se marcha desde el inicio. Por no hablar de la zona de abonos numerados, ese espacio donde en algunos casos, pocos pero significativos, la pose elitista lleva a que una cantante se tenga que arrodillar para que alguien se levante de su sitio.
Muy diferente es lo que se vive en el Principal. Casi siempre con una entrada modesta pero comprometida, el silencio y el respeto son casi reverenciales. En ocasiones, excesivos. En otras preventivos, como sucedió con Craig Taborn, que puso en más de un problema al personal a la hora de saber cuándo aplaudir.