NO se atisba demasiado patriotismo alavés cuando uno habla con Alberto Schommer García, probablemente el fotógrafo más universal que nunca tuvo Vitoria. Puede que el desapego tenga que ver con la distancia que separa su "querida" Vitoria de la capital del reino, su Madrid adoptivo, donde reside desde que en 1965 abrió un estudio, o tenga que ver con el arraigo que también profesa por San Sebastián, su otro oasis, la "ciudad azul" a la que también acude con cierta frecuencia en busca de "esa luz increíble" que no pocas veces ha inmortalizado con su cámara. O puede que el desafecto tenga que ver con esa falta de empatía o cariño que, a su juicio, algunos políticos habrían profesado hacia su incalculable obra fotográfica y literaria, ahora mismo bunquerizada en la fundación que lleva su mismo nombre en Madrid. Cientos de miles de imágenes y fotomontajes que día tras día continúan suscitando el interés de tiburones privados y públicos.

Puede ser. Pero no hay certeza ninguna ni tampoco ganas de revolver el pasado por parte de Schommer, que al otro lado del teléfono se muestra cansado de disputas que poco tienen que ver con el arte y la fotografía, sus dos grandes pasiones. Tampoco hay lamento alguno en su discurso por lo que un día pudo haber sido y nunca fue. Sólo realismo y algo de soberbia. Punto. Aquella quinta torre en el Casco Medieval que el entonces alcalde Alfonso Alonso vendió a Vitoria como sede para albergar la Fundación Alberto Schommer y cuyo diseño correría a cargo de Rafael Moneo, no sólo era imposible sino absurda, según el propio fotógrafo. "Era algo utópico que caería en saco roto una vez que Alonso, cuyo padre era amigo del mío, desapareciera de la alcaldía". Dicho y hecho. Fulminado el dirigente popular de la primera línea en 2007, el proyecto Schommer desapareció del mapa, abandonado en un cajón municipal del que sólo volvió a salir cuando se barruntó una nueva ubicación en el palacio de Elvira Zulueta, que tampoco cuajó.

Ha pasado el tiempo pero el asunto aún escuece e incomoda al maestro alavés, que cambia de tercio con la misma facilidad con la que antaño convencía a personalidades mundiales como Andy Warhol para posar ante su cámara. "Era muy especial, pensaba que era el único capaz de crear ideas y plasmarlas", recuerda. Eran tiempos de vorágine profesional por todo el mundo donde el vitoriano se mostraba insultantemente capaz de convencer a todo el que se proponía. Posaron así frente a su cámara los más notorios de su época. Reyes y artistas, príncipes y princesas, científicos y empresarios, músicos, blusas, niños, curas, ancianos... Sólo uno, recuerda hoy desde su domicilio madrileño, se le escapó por cuestiones naturales. "El pobre Pablo (Picasso) murió poco antes de que pudiera fotografiarle", resuelve con fina ironía. "¿Y de los actuales, qué personaje le gustaría retratar?", pregunta el periodista. A pesar de su declarado agnosticismo, no duda: "El único que me interesaría hoy sería el de Dios".

Alberto Schommer heredó de su padre algo más que el apellido. Probablemente fue la pasión por la creatividad, una marca de la casa que ambos fotógrafos, al parecer, importaron desde Alemania, país de origen del padre y de formación del hijo, que estudió Fotografía en Colonia y Hamburgo primero y en París después. Para entonces, con Europa ya en su cabeza, es ya extenso el trabajo del joven Alberto cuando apenas cuenta 22 años. Y son precisamente los negativos de aquella época los más "sentidos" en su memoria, señala hoy. Imágenes en blanco y negro encuadradas en una época de dura posguerra que supo captar con extraordinario realismo y un cierto aire "revolucionario", como recuerda su amigo José María Sedano, cronista de referencia en la Vitoria del último medio siglo. "Siempre buscaba algo diferente, un detalle capaz de hacer hablar casi a la fotografía. ¡Era un fenómeno".

También de aquellos tiempos son inéditas las imágenes del fotógrafo esquiando, de guateque en el Círculo Vitoriano o participando en un Rosario de la Aurora como miembro de la cuadrilla de blusas Arrapasarris, donde disfrutó de "grandes momentos" en compañía de buenos amigos como Juan Carlos Ibarrondo, de La Brasileña. Si no fuera por la evidencia de su carné de identidad, no habría rastro de sus próximas 85 primaveras -las cumplirá el 9 de agosto-, una celebración, por cierto, a la que Schommer no muestra simpatía alguna. "A mí estas cosas no me gustan nada, nunca me han hecho ilusión", zanja sin miramientos antes de intentar volver a cambiar de tercio. "¿No cree que ya hemos hablado mucho, joven?", interpela al periodista con cierta condescendencia. Agua. La conversación continúa. Y a pesar de que ésta no resulta siempre diáfana al menos da una idea de que al protagonista de estas líneas aún le queda cuerda para rato. Carrete que el fotógrafo cultiva a base de buena alimentación, largos paseos o pedaleando en la bicicleta estática que preside el salón de su casa, una obligación, añade, que le priva a menudo de la lectura, otra de sus grandes pasiones. El resto del día lo completa con incursiones "aceleradas" en internet para dar forma a la página web que está preparando y, sobre todo, a la tediosa labor de digitalizar su archivo fotográfico, de incalculable valor y extensión. Algunas de sus creaciones continúan vendiéndose hoy por encima de los 3.000 euros.

una calle, un árbol A pesar de la distancia y el tiempo, Vitoria no se olvida de su fotógrafo de cámara, al que hoy recuerda con una calle en el barrio de San Cristóbal y un árbol en el parque de La Florida. "Siempre despertó su interés cada vez que lo veía de camino al colegio de los Corazonistas", revela su amigo Sedano, otro personaje como él que atesora un sinfín de anécdotas e incunables sobre la vida del fotógrafo, que en sus comienzos iba para pintor e incluso arquitecto, "pero no para fotógrafo", sostiene Sedano. El afectado lo confirma. "Fui pintor, casi arquitecto e hice películas, pero al final me di cuenta de que tenía que ser fotógrafo. La culpa la tuvo Irving Penn". El resto es ya historia. La de un profesional que pintaba fotografías a base de surrealismo y fotomontaje y que pronto asumió el apelativo de fotógrafo de la experimentación, a la cual "se enfrentó siempre sin complejos", recordaba Alejandro Castellote, comisario de la exposición que el Museo de Bellas Artes de Bilbao realizó hace tres años con un centenar de sus fotografías.

Sin embargo, a pesar de los éxitos, halagos, homenajes y demás tributos populares -Schommer es de los pocos alaveses que han leído los pregones de San Prudencio y La Blanca, por ejemplo-, existe la sensación de que algo se ha hecho mal con este fotógrafo, "una de esas personalidades extraordinarias que surgen muy pocas veces en la vida", advierte una voz autorizada en Vitoria como la de José Angel Cuerda, coetáneo del fotógrafo y al que siempre le ha unido una "gratificante" amistad. Lamenta el exalcalde la falta de sensibilidad predispuesta hacia un artista tan universal y el "poco tacto que tal vez tuvimos todos" con un genio al que aún se le sigue debiendo un merecido homenaje. "Es una pena que no se le haya reconocido como se debía, pero igual estamos a tiempo de enmendar este error", anima Cuerda.

el tesoro de su padre Para el protagonista de este reportaje, sin embargo, las oportunidades para la redención forman parte ya del pasado. Y la incomprensión que recibía en sus esporádicas visitas a Vitoria resulta evidente: "Los alcaldes dijeron que no era necesario ningún museo y no hubo más que hablar. Nunca vi seguridad en el proyecto, pero ya me da igual", concluye con cierto hartazgo.

Testigo de aquellos días es Camino Urdiain, entonces directora del Archivo Provincial, que en el otoño de 1996 conoció por "casualidad" la existencia de un archivo fotográfico en un ático de la calle San Antonio que a la postre se convirtió en un tesoro. Aquella joya era la colección de su padre, Alberto Schommer Koch, más de 400.000 imágenes "escrupulosa y magistralmente conservadas" que el hijo donó desinteresadamente a la Diputación para salvar la obra de su mentor, centrada entre los años 1940 y 1982. "En apenas 24 horas llevamos a cabo todo el traslado hasta el Archivo, donde fuimos comprobando el extraordinario valor de la colección conforme la íbamos descubriendo", explica su descubridora. Y así, con la ayuda de los hermanos Víctor y David Quintas, fueron aflorando más tesoros como los 60.000 retratos en placas de cristal de todo el espectro social alavés, amén de una colección "increíble" de todas las empresas y comercios de la época. Es entonces, añade Urdiain, cuando Schommer hijo comienza a "entusiasmarse" al comprobar que la obra de su padre había caído en buenas manos, intuye la exdirectora. Y es entonces también cuando ésta le pregunta por su propia obra, mucho más artística y que entiende debería reposar en un centro de documentación o formación fotográfica acorde a la dimensión de la misma. Al fotógrafo vitoriano, ya una referencia consolidada en el mundo fotográfico, le seduce la idea e inicia los primeros contactos, pero el desenlace también ya es historia...

futuro y muerte A pesar de que su vida laboral supera con creces los límites legales establecidos, Schommer continúa activo. Trabaja menos y de forma más selectiva que antes pero se mantiene fiel al mismo estilo tradicional con el que captó luces y momentos imposibles por todo el planeta. Más de 60 años consagrados a un arte donde nunca se preocupó de la luz de un lugar y sí, en cambio, de su ojo y el pulso con que disponía la cámara.

Fruto de ese buen hacer fueron, entre otros, sus cébres Retratos psicológicos, uno de sus trabajos más conocidos que publicó en 1972 por medio de una colaboración con el diario ABC. Aquellas imágenes de personalidades públicas y reconocidas de la vida española que escenificaban el poder, la economía y la cultura tuvieron un impacto artístico notable en los 70 y 80, catalogándose entonces al vitoriano como el cronista visual de la Transición. Aquella pasión por la fotografía dio lugar a miles de negativos, infinidad de exposiciones y cerca de un centenar de libros que le han permitido obtener reconocimientos como la Medalla al mérito de las Bellas Artes 2008 concedida por el Gobierno o el nombramiento en 1996 como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

La conversación va tocando a su fin tras un buen rato de conferencia. Minutos para conocer el nulo entusiasmo que siempre le despertaron toreros, deportistas, políticos y dictadores -se negó a retratar a Franco y Fidel Castro-, y para hablar del futuro, que sólo contempla trabajando. ¿Cómo le gustaría morirse? "Pues igual, trabajando, como hicieron Picasso, Umbral o Esteban Palazuelo. Con las botas puestas".

1. Foto de Felipe González en La transición 1977-1988.

2. Verbena en el Círculo

Vitoriano (Agosto de 1957).

3. Retratado en su habitación.

4. Captando a sus colegas en la presentación de su libro sobre la Catedral Vieja (2007).

5. Disfrutando en los toros.

6. Con Fernando Esteso y

la vedette Norma Duval.

7. Saludando a Fernando Buesa en Ajuria Enea.

8. La Asociación de Fotógrafos Alaveses le

rindió un homenaje en 2007.

9. Autorretrato con 16 años.

10. En una conferencia.

11. Inauguración del Garaje Ayasa en 1962.

12. Con la cuadrilla Los Arrapasarris (1954), junto a Juan Carlos Ibarrondo, José María Sedano y Javier Azpiazu, entre otros.

13. Página del periódico La Libertad (agosto de 1932), en la que aparecen 19 niños de Vitoria (entre ellos Schommer).

14. Adolfo Suárez, uno de sus Retratos psicológicos.

15. Coronó magistralmente a Salvador Dalí como Rey (Efe).

16. Esquiando, con 30 años.

17. Procesión del Rosario de la Aurora en La Blanca de 1954.

18. Uno de sus poderosos: el banquero Emilio Botín.

19. Fotografió al Rey Simeón de Bulgaria en 1962 en la calle Ramón y Cajal.

20. Con un ejemplar de Un cuerpo vivo, en mayo de 2007.