Impresionante el momento mediático que vivió el programa de Antena 3, cuando en el tramo final de una nueva entrega de El número 1, una concursante alteró la dinámica de divertida paz y tranquilidad controlada que caracteriza a las producciones televisivas que quieren que todo se ajuste a guión y que nadie se salga del margen de actuación diseñado para cada muñeco mediático y que en la citada ocasión saltó por los aires, cuando una muchacha destrozada por la presión de productores, guionistas y cámaras se derrumbó ante la estupefacción de la muñequita presentadora Paula Vázquez y de los miembros del jurado con una Mónica Naranjo intentando fracasadamente reconducir la situación, y tres comparsas, Pitingo, Pastora y Bustamante, atrapados en su insubstancialidad juzgadora.
Irma la dulce, la dulce Irma rompió a llorar y denunció con firmeza, seguridad y cabezonería que aquello no era para ella, que aquel montaje televisivo de todo luz y todo brillo escondía aspectos que ella no conocía, no quería y se largaba del programa. Declaró ante la apesadumbrada carita de su compañero de cama y de vida, que no esperaba lo que se había encontrado y que estaba fuera de cacho en aquella faena artística que se escenifica en directo en las noches de los viernes de la cadena librera.
La potente voz de Irma, la émula de la desaparecida Whitney Houston, no volverá a sonar en el plató y como muñeco roto deambulará unas semanas hasta que decida olvidar la experiencia y trabajar su estilo singular, fuera de clichés de triunfitos ganadores, manejados por teles y agentes. Víctima de un sistema de producción televisiva, la muñeca de trapo se reivindicó y dinamitó las dulces secuencias que noche tras noche estragan nuestras conciencias adormecidas por el miedo de la crisis y la incertidumbre del futuro. Irma la dulce recuperó las riendas de su destino y descubrió la mentira de un montaje en el que no pintaba nada.