oviedo/madrid. Antonio Muñoz Molina ganó ayer el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por "la hondura y la brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal", según explicó el jurado en un acta en la que también subrayó el compromiso del autor con su tiempo, defensor de la tolerancia y muy crítico con la corrupción política. Muñoz Molina se impuso en la última ronda de votaciones al irlandés John Banville, convirtiéndose, a sus 57 años, en el escritor más joven en alzarse con este galardón.
Que el autor de Úbeda no se dedica sólo a la ficción, aunque a ella entregue sus mayores esfuerzos como creador, lo demuestran los artículos periodísticos que ha ido publicando a lo largo de su vida y, en especial, su último libro, Todo lo que era sólido, un ensayo en el que reflexiona sobre las causas de la crisis que padece España. Un texto que se planteó como un ejercicio de defensa de todo aquello que es fundamental para la sociedad española y que no debería perderse, como la sanidad y la educación públicas, la legalidad democrática y las libertades públicas. Muy crítico con los fanatismos y los totalitarismos, Muñoz Molina ha sabido reflejar en su obra "la libertad del individuo en la sociedad" y le ha dado voz en algunas de sus novelas a "los oprimidos, los desplazados y los perseguidos", como le reconoció el jurado del Premio Jerusalén, que le concedieron el pasado enero. Un reconocimiento que acudió a recibir a pesar de las presiones de algunos activistas y por considerar "profundamente injusto" boicotear a un país con una sociedad "abierta y tan plural" como la israelí y en la que hay "posiciones de defensa de los derechos de los palestinos". Su visión sobre los totalitarismos del siglo XX quedó patente en su novela Sefarad, publicada por Alfaguara en 2000 y reeditada en 2009 por Seix Barral. En esta obra, el autor traza el mapa de todos los exilios posibles y rescata la vida de víctimas del holocausto nazi y del estalinismo, en un intento de contrarrestar "la gran injusticia que supone olvidar a quienes perdieron la humanidad" a causa de esos sistemas. La democracia tiene que ser enseñada a diario, y "la barbarie puede suceder en cualquier momento", según el escritor, que vive entre Nueva York y Madrid.
Perteneciente a una familia de campesinos, Muñoz Molina estudió Historia del Arte en la Universidad de Granada y en sus primeros tiempos alternó su trabajo como funcionario con sus artículos en prensa. En 1986 obtuvo el Premio Ícaro de Literatura a los nuevos creadores por su primera novela, Beatus ille. Luego iría firmando otras muchas que lo fueron consagrando, casos de El invierno en Lisboa (Premios Nacional de Narrativa y la Crítica), El jinete polaco (Premios Planeta y Nacional de Narrativa) o Plenilunio (Premios Fémina a la mejor novela extranjera y de los lectores de Crisol). Así como la ya citada Sefarad, Ventanas de Manhattan o La noche de los tiempos (Premio Mediterráneo 2012 a la mejor novela extranjera), ambientada en los primeros día de la guerra civil española.
eterno principiante Con su obra traducida a más de veinte idiomas, Muñoz Molina, académico de la Lengua desde 1995, ha disfrutado desde muy pronto del favor del público y de la crítica, pero él suele decir que ser escritor "no tiene nada de excepcional". "La literatura es un alimento tan sencillo como el pan y el agua, y un exceso de intelectualización la convierte en algo horrendo", le dijo en otra ocasión a Efe este escritor que, por muy sólida que sea su carrera, se sigue considerando "un principiante" cada vez que comienza una novela. Y prefiere no tener demasiadas seguridades en ese "extraño oficio" que es el de la literatura y en el que la maestría, "si llega, tiene mucho de hallazgo y de azar". Cada vez que termina un libro tiene "la sensación de haber escapado, y de haberlo escrito para corregir o incluso desmentir el anterior", afirmaba en 2009.