lAS redacciones de los medios sufren de vez en cuando avatares profundos que agitan las opiniones públicas de la noche al día. El último caso de una secuencia de acciones que responden a una estrategia señalada es la sorprendente y crítica aparición del expresidente del Gobierno y del PP, José María Aznar, que de forma aparentemente sorpresiva concede una entrevista a una cadena amiga que pone patas arriba a periodistas, analistas y opinadores varios. El día anterior a esta entrevista, un diario informaba de una actuación extraña de la trama corrupta Gürtel, colaborando con los gastos de la boda de la niña del más autoritario bigote del país en competencia con el cántabro Revilla. Las declaraciones televisivas de Aznar generan gran revuelo y tapan el posible escándalo de la boda, al tiempo que satisface la cuota de ego del político retirado, que amaga con volver a la política si las cosas siguen torcidas para los intereses de su partido que cada día pierde votantes en las encuestas. Esta salida de tono del ex no es capricho de la fortuna, ni aparición espontánea, ni lapsus linguae, sino responde a la necesaria estrategia de comunicación que siempre comporta la comparecencia mediática de los políticos que inflan situaciones o lanzan tinta de chipirón para ocultar perfiles de una información desafecta, con extrema habilidad sustentada en omnipresentes gabinetes de comunicación. Nada es ingenuo en la actuación pública de los protagonistas de actualidad y así lo que empezó como una denuncia en un periódico, pasó al plató y acabó en rueda de prensa de Rajoy que por siete veces tuvo que echar balones fuera, cerrando el ciclo de una manera de entender la información. Todo cocinado, pautado, minutado y preparado; cada uno en su estratégico papel y ni una puntada sin hilván.