Dirección: Park Chan-wook. Guión: Wentworth Miller. Intérpretes: JMia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Dermot Mulroney, Jacki Weaver y Lucas Till. Nacionalidad: USA. 2013 Duración: 127 minutos

India, la joven protagonista de Stoker, el filme que Park Chan wook ha dirigido en EE.UU. por encargo de la Fox, repite como un mantra: "porque veo lo que no veis... "Lo dice al comienzo y lo repite al final de su película. Entre ambos recitados le es dado al público comprender qué se oculta en el color de unas flores, quién y cómo se tiñe la naturaleza. En realidad, Chan wook dedica los cien minutos de Stoker a acosar a la inocencia de la mirada. Mirar no significa ver y ver no conlleva necesariamente comprender. De eso va este filme que nació maniatado con un guión enamorado de Hitchcock, de quien toma prestados algunos titubeos de La sombra de una duda (1943).

Como en el inquietante filme del padre de Psicosis, Stoker arranca de la fascinación de una teenager que en vísperas de cumplir los 18 años, en medio del funeral de su padre, ve aparecer a su tío carnal, un pariente muy cercano al que nunca había visto y que durante años le escribía cartas maravillosas desde los lugares más maravillosos. No es casualidad que el personaje que interpreta Matthew Goode se llame Charles como el personaje interpretado en la película de Hitchcock por Joseph Cotten. Aquí como allí, la duda se extiende. Allí como aquí, la violencia y la malignidad atraviesan un relato perverso en su concepción y al que el maestro coreano reconduce a su universo de crueldad, piedad y belleza.

Stoker, con su guiño al autor de Drácula (el anterior filme de Chan wook hablaba de vampiros religiosos), hace equilibrios sobre la cuerda floja de un guión previsible y convencional. No reside en la escritura del relato lo mejor de un filme que se hace grande y poderoso gracias a su puesta en escena, al matiz y a la sutileza. Gracias a la divina mano del artista que ilumina una historia hasta transformarla. Si el magisterio de Hitchcock practicó el manierismo formalista hasta el artificio imposible, Chan Wook, como buen coreano, amante del exceso y la coreografía, lleva a extremo esa pulsión fascinante por la geometría y el simbolismo. En su aventura americana, el autor de Old Boy, utiliza las reliquias de Hitchcock para contaminarlas con reflejos y simetrías inherentes en el cine clásico norteamericano. Esa es la cáscara. Un ambiente americano, sin tiempo concreto ni lugar exacto. Pero en su interior, supura algo que caracteriza a Chan Wook: el tributo de la venganza.

Stoker admite ser leída entre líneas y de maneras muy diversas. A todas ellas responde con un caudal notable de sugerencias y respuestas. No es un filme simple ni gratuito. Este proceso iniciático por el que una joven perderá su inocencia sólo conoce un camino unívoco: el de la violencia. Todo en Stoker respira esa motivación, el tío Charlie cuya primera culpa nació por la envidia, se ha pegado y ha pagado años masticando una venganza absoluta. Y a una venganza así, la joven India replica con una doble respuesta. La primera, directa; la segunda, la que afecta a la ley, deviene en simbólica. Al final, cuando India hace lo que hace, está cobrándose un tributo ante el aparato de una Ley que, en lugar de evitar la maldad, impone multas. Para llegar hasta aquí, para asomarse al pozo de la condición humana, Chan wook nos ha regalado secuencias inolvidables, metonimia gozosas, un trabajo de sonido espectacular y vibrante y algunas composiciones sobre el delirio y la soledad que nos acompañarán durante mucho tiempo.

Prueba inequívoca de que en Stoker, bajo la máscara de un filme forjado con los restos del noir años 50 y 60, habita el desengaño y la ira de la posmodernidad del siglo XXI. Un réquiem contado a través de ojos orientales que aporta dolorosa lucidez allí donde en Occidente habita la decadencia.