Para estar prejubilado de RTVE, está usted muy activo.

Hombre, no tan activo como estaba antes. Ahora me dedico a escribir libros para una editorial de enseñanza musical y a realizar, como se suele decir, algunos bolos (risas). La mayor parte es como invitado y colaborador especial, teniendo muchas de estas actuaciones carácter benéfico. ¿Por qué no paro? Bueno, primero porque no puedo estar en casa metido todo el rato. Y, segundo, porque mi vocación de llevar la música clásica a todo el que pueda sigue ahí intacta.

Y le siguen llamando y reclamando, como por ejemplo en el caso de hoy en Vitoria con la Banda Municipal, por propuestas que no se pueden olvidar como 'El conciertazo'. ¿Eso sube un poco el ego, no?

Sí, sí, está muy bien (risas). Como uno se retira de los medios de comunicación, parece que no hay vida después de eso. Yo he tenido una gran hiperactividad durante estos años. De hecho, creo que he sido bastante activo al trabajo. De repente, quedarte seco, pegar un frenazo puede ser incluso peligroso. Tengo compañeros a los que esa situación les ha llevado incluso a depresiones y ese tipo de cuestiones. Yo he tenido la suerte de que me han rodeado de cariño, de reconocimiento, y me siguen llamando, contando conmigo para muchas cosas. Eso me mantiene vivo. Que me sigan llamando es también un reconocimiento a tantos años de trabajo.

Hoy son muchas las orquestas y bandas que ofrecen conciertos para niños e incluso para bebés, pero hace 10, 15, 20 años...

... pues todo eso era impensable. Cuando empecé, hace casi 30 años, seguro que existía algún tipo de concierto para chavales o, como se les llama ahora, para las familias. Y digo eso porque ninguno hemos inventado la pólvora. Pero si se daban, no los conocía, así que tanto yo como los que me siguieron empezamos, como quien dice, de la nada, experimentando una vez tras otra para ver cómo reaccionaba el público. Hacíamos unos conciertos más divulgativos, más divertidos, y como consecuencia de esas experiencias íbamos viendo que unas propuestas eran más para escolares de una edad o de otra, si tenía que ser igual cuando los niños estaban solos con sus profesores o acompañados con sus familias... Como no tenía ningún precedente que conociese, me lo iba inventando todo y así surgió también El conciertazo. Incluso ha sido premiado en el ámbito internacional por la originalidad de su propuesta, por ser un formato único, no como pasa con los Splash y los splosh, que son formatos en los que ves que de repente aparecen dos programas iguales en dos cadenas diferentes. TVE incluso ha vendido El conciertazo a países como Italia, donde lo lleva Raffaella Carrà, o a distintos estados de Sudamércia.

¿Y dónde está el truco?

No lo sé (risas).

Quiero decir que mantener 45 minutos o más a un niño quieto en un teatro tiene su aquel.

Sí, eso es un trabajo exigente. Vamos a ver, lo primero es no darles gato por liebre. Es decir, que lo que hagas esté hecho de la mejor manera posible, que no sea una orquesta horrorosa. El niño tiene que poder percibir una calidad en lo que se le ofrece, porque es niño pero no es tonto. No hay que darles lo peor porque son menores. En segundo lugar, hay que mirar el formato que se selecciona. Es lo que te comentaba de las edades. Un concierto no es una clase, no puede convertirse en eso. Para eso están los colegios, los conservatorios y las escuelas de música. Y, además, tienes que controlar el contexto. Por ejemplo, en actuaciones donde está toda la familia, me he encontrado más de una vez en el patio de butacas a una mujer dando de mamar a su bebé, que el crío está al mismo tiempo alimentando el espíritu y el estómago (risas). Claro, te puedes encontrar con todo tipo de situaciones, de niños, de edades y tienes que tener recursos. Es verdad que por lo general lo que no encuentras son adolescentes. Ellos no van a este tipo de conciertos porque todos sabemos que los adolescentes siempre están donde no quieren sus padres. En cualquier caso, la clave está en divertirse. No hay concierto más antipedagógico que el concierto aburrido. Si una actuación tiene sorpresa, los espectadores, aunque no sepan lo que va a pasar, están pendientes de las tablas. Además, si los sacas al escenario, ellos están encantados de ser protagonistas, sus padres están encantados de que sus hijos sean protagonistas, y tú disfrutas de su actuación, de su frescura. Todo eso hace que no se dispersen, que no quieran estar a otra cosa.

No sé cómo se harán las cosas ahora, pero cuando yo estudiaba música en el colegio se resumía a fecha de nacimiento y fecha de muerte del compositor X. ¿Tenemos el oído educado o...?

Pues mira, antes te hablaba de que estaba escribiendo diferentes libros para una editorial y van en ese sentido. Lo que buscamos es darle un mayor contenido a la educación musical en Primaria. A los niños, en nada a la semana, se les pide que canten, que bailen, que aprendan lenguaje musical, que hagan gimnasia, que sepan algo de... Claro, al final los niños no se quedan con nada. Como dices, saben que existió Beethoven, pero lo saben por casualidad. Es decir, el que no te dice que era un perro, y eso me ha pasado, se acuerda de él porque era sordo. Vamos, que hay una anécdota o un dato curioso que es el que sirve de enganche, pero no saben nada más. Lo curioso es que han oído mucha música de Beethoven aunque no sepan que es de él. Y cuando les tarareas, muchos son capaces de seguir una determinada melodía, pero no pueden identificar al autor. ¿Para qué les sirve saber qué es una corchea con puntillo si luego no saben ni quién fue ni qué compuso Mozart? Para eso he entrado a colaborar en esta editorial, para que los que escuchen música tengan herramientas. El problema es que no saben que la música que oyen en un anuncio y les gusta es música clásica. Hay algunos que incluso en los politonos de los móviles llevan composiciones que no saben que son música clásica.

¿Y los padres? Estoy convencido de que a lo largo de los años le han pedido uno y mil consejos sobre si apuntar a la criatura a ocho instrumentos o con uno vale.

Sí, sí, hay muchos padres con esas inquietudes. Con el boom económico español sobre todo, porque cuando dejas de pensar en si tienes dinero para comer o para vivir en tu propia casa pues piensas en otras cosas. Yo, la verdad, es que uno de los consejos que suelo dar es que escuchen ellos mismos música clásica. Es que hay muchos padres que se quejan de que el niño no escucha, pero es que ellos no conocen nada. No es que tengan la culpa, es que de pequeños no les han enseñado, ya está. Así que lo primero es que en casa se escuche música clásica, porque al niño algo le va a quedar, aunque se tenga un determinado disco como música de fondo. El niño puede ir asimilando así el sonido de una orquesta. Además, al pequeño, que a la mayoría les gusta mucho el cine, hay que decirle que en las bandas sonoras de muchas películas están algunas de las mejores composiciones de la música clásica del siglo XX. Así, esos sonidos se les van a ir metiendo desde que son pequeños y eso es muy importante. Los hijos suelen practicar lo que ven en casa. Sí, en la adolescencia todo eso parece desaparecer, pero cuando llegas a los 20 años, ese gusto por la música clásica casi seguro que volverá si es que cuando eras niño lo has interiorizado.

Después de tantos años dedicado a la música, ¿hasta las narices de ella o le quedan ganas para ponerse en casa discos?

Hasta las narices de la música no puedes estar. Bueno, hasta las narices de la música que no te gusta, sí (risas). La música, en los mejores y en los peores momentos de tu vida, te ayuda muchísimo. Fortalece las situaciones. Si pasa algo triste, la música te hace reaccionar. Lo primero que hace la música es conectar con tu estado de ánimo. En ese momento te hace sentir y ahí es cuando te das cuenta de que estás vivo y de que puedes superar esa situación. A mí la música me sigue ayudando en este sentido. Hombre, antes, por obligación, escuchaba horas y horas, algo que ahora no hago. Estaba un poco harto y reivindicaba para mí el silencio, pero esa situación la he ido superando y estoy volviendo a empaparme. Lo que me da pena es que toda la música que descubro ya no la puedo utilizar para que la descubran otros. Eso ya no puede ser.