Dirección: Mike Newell. Guión: David Nicholls, a partir de la obra de Dickens. Intérpretes: Jeremy Irvine, Helena Bonham Carter, Ralph Fiennes, Holliday Grainger y Robbie Coltrane. Nacionalidad: Reino Unido. 2012. Duración: 128 minutos
El porqué dos realizadores tan diferentes como Alfonso Cuarón y Mike Newell han cruzado sus caminos de manera tan evidente seducidos por Dickens, se antoja como un enigma raro . El detalle no ha pasado inadvertido y porque no ha pasado inadvertido es por lo que deberíamos ahondar en esa casualidad que es cualquier cosa menos caprichosa. Cuarón dirigió El prisionero de Azkaban en 2004 tras el abandono por agotamiento en la dirección de Chris Columbus, quien firmó las dos primeras entregas. Le siguió Mike Newell con El cáliz de fuego en 2005. Los dos fueron aves de paso hasta que tomó las riendas David Yates para hacer las otras cuatro películas. Cuarón obtuvo el nivel más bajo de ganancias, quizá porque fue la suya la versión más oscura. Newell convirtió el libro más largo de la serie en la adaptación más sintetizada, un esfuerzo que no fue recompensado.
El caso es que ambos, tras su inmersión en la prosa de J.K. Rowling, han desembocado en el universo de Dickens y ambos han adaptado una de sus obras postreras, Grandes esperanzas. Escrita para ser publicada por capítulos entre los años 1860-1861, la obra, un folletín que pelea por mantener el interés del lector de manera permanente, ha sido objeto de centenares de adaptaciones de todo tipo. La de Newell es hasta ahora la última y frente a la de Cuarón, paradójicamente, se muestra más respetuosa con la forma pero más tenebrosa e inquietante en sus recovecos más subterráneos. Es como si tras saber de Harry Potter, el mexicano y el británico hubieran decidido volver al origen; cambiar a Rowling por Dickens, en un ejercicio de búsqueda de la verdadera fuente nutricial.
Sin duda, un evidente influjo del universo victoriano de Dickens sobrevuela por Potter y, sin duda, la complejidad de Grandes esperanzas frente a las andanzas del mago simplón, no admite comparación. De hecho, a Newell, director ecléctico, arquetipo de eso que a mediados del siglo XX se llamaba director artesanal, su hacer en Grandes esperanzas le aporta credibilidad.
Recordemos, Dickens aprovechó las aventuras de Pip, un niño huérfano que vive con su hermana mayor y su cuñado, para proyectar sobre él sombras de sí mismo. Dickens estaba a punto de cumplir los 50 años cuando escribió Grandes esperanzas, una apasionante biografía centrada en el deseo de desclasarse por una pulsión de amor. El joven Pip, carne de cañón, posee dos virtudes: un evidente talento para aprender y un buen corazón para perder. Ambos le granjean la posibilidad de ser lo que su linaje le niega. Pero eso implica recorrer un camino retorcido, un entramado de casualidades y renuncias que el director de Cuatro bodas y un funeral recrea con un inesperado tono sombrío.
Newell, que devolvió la luz al Potter que Cuarón había sumergido en el abismo del remordimiento, no busca distanciarse del universo Dickens. No es realizador que se arriesgue a bucear en universos de autoría. Por otra parte ocurre que, adaptar a escritores como Verne, Poe, Dumas, o Dickens, autores cuyo legado ha forjado el imaginario del hombre occidental de nuestro tiempo, impregna la piel de quien lo hace. En ese sentido, a diferencia del Oliver Twist (2005) de Polanski, quien quiso verter allí ecos de su propia experiencia, Newell se mantiene a una distancia mayor. Opta por la vía de la adaptación canónica a lo David Lean. Pero bajo los ropajes de época, su tono adquiere el aire ambiguo de una fábula moral en la que veteranos como Ralph Fiennes y Bonham Carter encabezan un equipo más deslumbrado que alumbrado por las escarpadas ascensiones de Dickens en las tinieblas de la condición humana.