Bilbao. FAMILIAS vascas enteras, compuestas por mujeres, ancianos y niños, acompañados de sus escasos efectos personales, se vieron obligadas a emprender el exilio al compás del avance de las tropas franquistas. En abril de 1939, al tiempo que Franco daba por concluida la guerra, 6.000 refugiados vascos -no admitieron a mujeres ni a niños- ya se encontraban instalados en el campo de acogida de Gurs, localidad francesa que se encuentra cerca de Zuberoa (las presiones de los diputados derechistas no permitieron que se construyera en Iparralde). La mayoría procedían del de Argéles-sur-Mer, un campo de acogida improvisado que se encontraba en la misma playa, pero en el que los exiliados vascos vivían en unas situaciones infrahumanas, sin apenas medios de subsistencia.
Los franceses le llamaron camp d'accueil (campo de acogida), pero la realidad fue muy distinta porque los refugiados vascos vivieron "sin libertad y apenas sin derechos", según describe Josu Chueca, autor del libro Gurs: El Campo Vasco, 1939-1945, publicado por Txalaparta. Un trabajo profundo de investigación de este profesor de Historia Contemporánea de la UPV que ha contado también con la importante documentación que posee el Museo del Nacionalismo Vasco.
"Janari gutxi, eskubide gutxi, zaindari gehiegi" (poca comida, pocos derechos, demasiados vigilantes)", así describía un titular de la prensa clandestina la situación que padecían recluidos los exiliados vascos en aquellos barracones, construidos con delgadas tablas de madera y cubiertos con tela, que no protegían ni contra el frío ni contra la lluvia. "Allí permanecieron confinados los refugiados vascos, vistos con compasión y solidaridad por las izquierdas galas pero, considerados como "indeseables" y repatriables por el espectro político, que iba desde los radicales a los ultraderechistas del país vecino", explica Josu Chueca en su libro.
En Gurs establecieron contacto con el Gobierno Vasco a través de Telesforo Monzón y del sacerdote Iñaki Azpiazu, quien ejerció como capellán de la colonia vasca del campo. La mayoría permaneció poco tiempo tras las alambradas, pero durante su estancia, en la que estuvieron organizados, mantuvieron una intensa vida política y cultural. Llegaron a crear un coro y una orquesta, que tuvo un gran éxito y que fue dirigida por Regino Sorozabal, continuando el precedente del Euzko Ametsa del campo de Argéles. Además, realizaron representaciones teatrales y de danza vasca e incluso se impartieron clases de euskera.
En una galería del Museo Guggenheim Bilbao se puede ver, en una vitrina, un álbum de fotografías captadas por la cámara de algún interno gursiano, del que se desconoce la identidad, en el que se aprecia a unos dantzaris bailando. Al lado, se encuentran también algunas imágenes del violoncelista y compositor Regino Sorozabal, hermano de Pablo Sorozabal, que no quiso renunciar a lo que mejor sabía hacer: crear música y hacer disfrutar a los que le rodeaban con ella, olvidándose del horror y de la barbarie.
Estas imágenes forman parte de la exposición Arte en guerra. Francia, 1938-1947: de Picasso a Dubuffet, que se puede ver en el Guggenheim, y que, a través de más de 500 obras de un centenar de artistas, en colaboración con Museo de Arte Moderno de París, explora qué paso en la escena cultural francesa entre 1938 y 1947 y cómo el arte se alzó en guerra contra la guerra. Una historia de resistencia a través del arte.
barracones Entre las obras de Picasso, Miró, Chagall, Dalí, Duchamp o Léger, se exponen también imágenes de diferentes manifestaciones artísticas en Gurs realizadas con motivo del 14 de julio, día de la Fiesta Nacional de Francia, según explica Lucía Agirre, subdirectora de Curatorial y Documentación del Guggenheim Bilbao. Las fotografías han sido cedidas por el Museo de la Resistencia Nacional de Champigny-sur-Marne, que posee una importante colección de documentos, fotografías, objetos antiguos, y obras artísticas sobre este período dramático de la historia francesa. También hay algunas instantáneas que ofrecen una clara visión de cómo era el campo de acogida, aunque como recordó el historiador francés Claude Laharie en una conferencia hace unos años, "en un principio estaba destinado acoger a vascos, dada su próxima ubicación a Euskadi, sin embargo, las autoridades francesas decidieron cambiar de opinión y Gurs comenzó a albergar a personas de otros orígenes. Sin duda las grandes dimensiones del recinto provocaron esa decisión", aseveró Laharie, que cita a catalanes, brigadistas italianos, judíos, alemanes, austriacos o franceses entre otros refugiados. Tras la ocupación nazi, el campo se convirtió en la antesala de Auschwitz para muchos judíos, que fueron exterminados.
En una de las fotografías, se aprecian varias hileras de barracones, instalados en una superficie de 28 hectáreas. Una sola calle lo atravesaba de largo, a cuyos lados se construyeron unas parcelas de 200 metros de largo y 100 de ancho. Estas parcelas, llamadas ilots (islotes), estaban separadas de la calle y entre sí por alambradas. En cada parcela se montaron 30 barracones, que en total fueron 382.
Tratados en la práctica como prisioneros, los internos recibieron la ayuda del Gobierno Vasco, del Servicio de Evacuación de los Republicanos españoles (SERE), y de otras organizaciones y personas humanitarias. Tal y como relataba el jefe del campo vasco, el comunista de Mondragón, Celestino Uriarte Bedia, y ha recordado Josu Chueca con motivo de su libro: "El régimen de visitas es inadecuado y excesivamente rígido para un campo de esta naturaleza, puesto que se emplea un procedimiento parecido al de las prisiones". Iñaki Azpiazu, en carta a Alberto Onaindia, comentaba: "Si entraras en el campo, sentirías romperse tu corazón. Verías caras anémicas y miradas tristes; vestidos rotos y pies desnudos; oirías quejas y no pocas protestas. Esta es la verdad. Creo que no pasarán del 2% los que tienen muda interior. La inmensa mayoría cubre sus carnes con un mal pantalón y una chaqueta vieja o una guerrera? Aparte de los anémicos por desnutrición existen numerosos casos de enfermedad, desde la tisis hasta la sífilis, pasando por ancianos sexagenarios?". "Si bien el Gobierno Vasco mediante la puesta en marcha de enfermerías dentro del campo, envío de medicinas, mantas y ropas para los internados? intentó paliar las deficiencias en materia sanitaria, higiene y vestuario, no pudo intervenir en el capítulo de la alimentación, ni mucho menos, en el del régimen disciplinario", explica Josu Chueca.
La comida era escasa y pésima; no había servicios sanitarios, ni existía agua corriente ni saneamiento. El campo no estaba drenado. El historiador francés Claude Laharie describe cómo "la zona, debido a la cercanía del Atlántico, recibe mucha lluvia, lo que hacía que el campo arcilloso fuese, exceptuando los meses de verano, un permanente barrizal. En cada islote existían rudimentarios aseos, no muy distintos de los abrevaderos para animales, y un tablado de dos metros de altura, a los que se accedía mediante peldaños y sobre los que estaban construidos los retretes. Debajo del tablado estaban colocados grandes recipientes que recogían los excrementos. Una vez llenos, eran transportados en carros fuera del campo". Y, sin embargo, según ha defendido siempre Laharie, los refugiados vascos tuvieron una gran importancia en Gurs "por su innovación. Fueron sinónimo de progreso y resistencia".
A pesar de sus limitaciones y la penuria de medios, "demostraron que los allí encerrados no eran el hampa con la que se había querido asustar e influenciar negativamente a la sociedad francesa, sino que también entre alambradas y en condiciones de cautiverio, eran capaces de soñar y materializar el progreso que la derrotada República había significado en la educación y en la cultura", sostiene Chueca.
Al comienzo de la II Guerra mundial. solo quedaban en Gurs apenas 200 vascos. A partir de octubre de 1940 las autoridades enviaron a Gurs a los indeseables (judíos, antifascistas europeos...). El campo cerró definitivamente sus puertas el 31 de diciembre de 1945 y llegó a albergar a 63.929 refugiados en seis años. En 1985 se levantó un monumento dedicado a los fallecidos republicanos.