CON sus maneras impecables y cortés despiste, Michael Caine, el actor quintaesencia de lo británico cumple 80 años como perfecto gentleman y secundario de lujo, todavía en activo tras más de 150 películas y dos Óscar.

Nacido el 14 de marzo de 1933 como Maurice Joseph Micklewhite en una familia humilde de Londres, debutó en el cine en 1956 con Infierno en Corea y continúa con proyectos tras su última película de 2012, El caballero oscuro: la leyenda renace, como impecable mayordomo de Batman.

Londres lo reclama como icono ahora que entra en su octava década y Caine, que presume de haberse hecho a sí mismo e interpretado todos los papeles del imaginario británico, se deja querer.

"Nací como un rebelde y termino adornando un museo", comentó el actor en la inauguración la semana pasada de la pequeña muestra que el Museo de Londres le ha dedicado en su aniversario, con vídeos y fotografías inéditas. La exposición del actor de El hombre que pudo reinar, 1975, deja claro que siempre se definió como un "gentleman" de barrio.

Con el séptimo arte Caine tuvo que demostrar paciencia: aguardó siete años desde que llegó a la industria como botones en una productora hasta que hizo su primera película en el Reino Unido en 1956.

Infierno en Corea, en la que tuvo un papel pequeño, fue un recordatorio para Caine de un conflicto en el que participó como militar, experiencia que le hizo darse cuenta "de lo importante que era conseguir lo que quería: ser actor".

En esa cinta lució su definitivo nombre artístico, después de haber tenido que cambiarlo a instancias de su agente ya que otro compañero utilizaba el Michael Scott con el que debutó en el teatro, donde llegó a ser sustituto de Peter O'Toole. El actor escogió el nombre por casualidad, al ver un letrero que anunciaba la película El motín de Caine desde una cabina de teléfono con su representante. El nombre cuajó aunque para que gustara en los despachos de Hollywood tuvieron que pasar ocho años, hasta que en 1964 llegó uno de sus grandes papeles como militar en Zulú, donde exhibió su acento inglés.

Caine no tenía esa habilidad desde la cuna. Procedente del área obrera Bermondsey, el actor hablaba en cockney, lo que sumado al origen irlandés de su padre, transportista de pescado, hacían de él un londinense de barrio.

Superado ese acento vulgar llegaron los papeles que le dieron la fama: el golfo Alfie (1966) -con el que obtuvo su primera nominación al Óscar-, un sofisticado ladrón en Un trabajo en Italia, 1969, o Educando a Rita, 1983, un profesor venido a menos que le valió su primer Globo de Oro y Bafta como actor secundario de su carrera.

primer oscar Para recoger el gran trofeo de la industria cinematográfica tuvo que esperar la oportunidad del neoyorkino Woody Allen con Hannah y sus hermanas, de 1986, en la que Caine bebía los vientos por Barbara Hershey. Con los tres grandes premios en casa, el resto fue esperar y escoger con más libertad los papeles, en los que ha destacado sobre todo como secundario de lujo. "Recibir un Óscar sirve para que puedas leer guiones que no tienen manchas de café de otros actores que los rechazaron primero", explicó Caine, que ha compaginado el cine con su amor por el teatro.

"El teatro es como una mujer que me maltrata no importe lo bien que la trate, mientras que el cine siempre me quiere no importa lo mal que lo trate yo a él. Es fácil saber de quien estoy enamorado", aseguró en una entrevista que ahora rescata el Museo de Londres. Su segundo premio Óscar llegó con Las normas de la casa de la sidra, de 1999, otro secundario que le pilló ya con 66 años, pasada la edad de jubilación.

"He hecho unas 30 películas desde entonces", afirmó Caine, entre otras su último gran proyecto, la trilogía de Batman de Christopher Nolan, en la que el gentleman se convierte en un mayordomo dispuesto a llevar un té hasta el batmóvil.