LA vida pública de los dos últimos Pontífices ha estado acompañada de la acción mediática de la tele, que se convirtió en pareja inseparable de las actuaciones de Juan Pablo II y Benedicto XVI desde el comienzo hasta el fin de ambos pontificados, este último resuelto en una espectacular pirueta de guión cinematográfico. La Santa Sede descubrió hace dos décadas el impagable valor propagandístico de acciones de masas y correlativa retransmisión y así se asociaron guiones de tele e intereses de la Iglesia Católica en orden a la evangelización, visualización del poder y presencia de la cátedra de Pedro y alimento para masas universales de episodios retransmitidos con el sucesor del Pescador como protagonista principal. El último registro televisivo de impacto mundial ha sido el vuelo-despedida del Pontífice despojado del anillo papal y sobrevolando la Urbe Imperial en un breve viaje pero intensamente televisivo hasta su temporal residencia de Castel Gandolfo. Soberbia secuencia en medio de una poderosa luz mediterránea antes del anochecer, puro espectáculo televisual. Y mientras las aspas del helicóptero surcaban los aires, las audiencias de TVE en el capítulo informativo comenzaban a decaer ante el empuje de los programas de T5 y perdían el liderazgo en un peligroso ejercicio que tiene que ver con el estilo Somoano, responsable popular de controlar contenidos, modos y maneras de tratar la actualidad. El ejercicio periodístico de la etapa zapaterista había conseguido convencer a audiencias millonarias en base a la credibilidad y criterio informativo de los profesionales y que se ha perdido con una dirección que pretende servir contenidos maquillados, adormecidos y sectarios y, lo que es peor, insulsos y aburridos, que por cierto es lo peor que puede decirse de los programas informativos, que sean sosos y aburridos.
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